Editorial:

Congreso del triunfo

NADIE PUEDE negarle al Partido Popular su derecho al triunfalismo ejercitado a plenitud durante el congreso que concluyó ayer en Madrid. Difícilmente un partido en la oposición puede mecerse en mejores augurios que el liderado por Jose María Aznar a pocas semanas de unas elecciones. Tiene enfrente a un Gobierno que ha sufrido un inmenso desgaste por escándalos, errores políticos de gravedad y el inherente al propio ejercicio del poder durante casi trece años; y a un partido socialista que vuelve a mostrar todo su potencial de conflicto interno. Después de su larga travesía por el desierto, par...

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NADIE PUEDE negarle al Partido Popular su derecho al triunfalismo ejercitado a plenitud durante el congreso que concluyó ayer en Madrid. Difícilmente un partido en la oposición puede mecerse en mejores augurios que el liderado por Jose María Aznar a pocas semanas de unas elecciones. Tiene enfrente a un Gobierno que ha sufrido un inmenso desgaste por escándalos, errores políticos de gravedad y el inherente al propio ejercicio del poder durante casi trece años; y a un partido socialista que vuelve a mostrar todo su potencial de conflicto interno. Después de su larga travesía por el desierto, parece natural que la derecha española desborde de entusiasmo ahora que finalmente se ve organizada en un partido ordenado, sin los endémicos conflictos internos que la han aquejado en este país y dispuesta a asumir el poder.Los méritos de Jose María Aznar, incuestionado líder de este proceso, son innegables. Ha extirpado de forma implacable ciertos hábitos a su partido, y su talento organizador o disciplinatorio está fuera de dudas. Tal como demostró el congreso concluido ayer, estas virtudes compensan con creces a sus seguidores y militantes por la falta de proyección personal de Aznar y su facilidad para generar desconfianza en sectores amplios, pero evidentemente cada vez menores, de la sociedad española.

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El congreso, con un himno de título tan significativo como Por fin, ha sido algo así como la consagración de la segunda fase de esa transformación de una derecha que, tras dos décadas de democracia, considera definitivamente redimido su pecado original de haberse identificado durante tanto tiempo en España con la dictadura. La conquista del centro político y la plena credibilidad demócratica eran sus asignaturas pendientes, y los delegados reunidos en Madrid salieron ayer del congreso con vencidos de que estos objetivos ya han sido alcanzados y de que la victoria en las urnas es ya tan sólo cuestiónde confirmar el 3 de marzo un veredicto ya emitido por la sociedad española.

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El ejércicio de liquidar toda estridencia ha sido disciplinadamente cumplido por los participantes. Si al redactor de la ponencia política capital, Jaime Mayor Oreja, no le habrá costado demasiado cumplir con este requisito y exponer unos conceptos casi intercambiables con los manejados por el PSOE en varias elecciones, otros líderes populares, como Álvarez Cascos, han tenido con seguridad. más dificultades para centrarse. Y alguno, como Federico Trillo, con su vocación inquisitorial intacta, no lo ha conseguido y se ha mantenido en, la línea de criminalizar al oponente político principal, algo que ha granjeado a su partido considerables dividendos políticos en los últimos dos años.

Aznar parece querer dejar atrás esa etapa, y en su discurso de clausura dé ayer era manifiesta su intención de elevarse por encima de luchas que -convencido del triunfo- ya considera concluidas, para centrar su mensaje en propuestas de gobierno. Despegue económico, europeísmo difuso y defensa del Estado del bienestar, reforma fiscal en profundidad, ofertas de negociación a las partes sociales con un recién estrenado -y posiblemente hiperbólico- entusiasmo por el sindicato de Comisiones Obreras, posturas de firmeza ante el terrorismo, la vaga pero atractiva promesa de modernización y una oferta jacobina de honradez de todos a la fuerza son los pilares sobre los que descansa su oferta a los españoles.

Un congreso de partido celebrado en medio de semejante euforia preelectoral y en el que era necesario subrayar ante, todo la unidad tras su, candidato a la presidencia del Gobierno no es el mejor escenario para un debate político en profundidad. Y desde luego no ha habido tal debate. Ha sido un congreso de unanimidades. Pero la campaña destapará sin duda alg unas de las contradicciones que se advierten en el programa electoral del PP y que serán explotadas por sus opositores.

Y en cualquier caso, todo el entusiasmo desplegado no evita que haya que esperar aún unas semanas para comprobar si Por fin, como dice el himno, se cumplen todos los deseos de esta nueva derecha tan segura de sí misma. Aznar rechaza toda hipótesis que no sea su victoria por mayoría suficiente. Es una apuesta política como otra cualquiera, con riesgos. Durante tres días hemos asistido a la escenificación anticipada de una victoria electoral que aún necesita la confirmación del 3 de marzo.

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