Tribuna

La tensión hacia el centro

Hace años, en la fase final del franquismo, Forges publicó uno de sus monigotes que presentaba, además, una adivinanza. Se trataba de un individuo con los ojos amoratados y las gafas caídas hacia un lado. Se preguntaba sobre las ideas políticas del sujeto y la respuesta era que de centro porque le habían dado en ambos ojos.Con el paso del tiempo, esta broma se ha convertido en imposible. En democracia, a no ser que se produzca una polarización del electorado hacia los extremos que la convierte en imposible, los votos están en el centro y allí los disputan los partidos con verdaderas posibilida...

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Hace años, en la fase final del franquismo, Forges publicó uno de sus monigotes que presentaba, además, una adivinanza. Se trataba de un individuo con los ojos amoratados y las gafas caídas hacia un lado. Se preguntaba sobre las ideas políticas del sujeto y la respuesta era que de centro porque le habían dado en ambos ojos.Con el paso del tiempo, esta broma se ha convertido en imposible. En democracia, a no ser que se produzca una polarización del electorado hacia los extremos que la convierte en imposible, los votos están en el centro y allí los disputan los partidos con verdaderas posibilidades ole llegar al poder. Volviendo, pues, a la metáfora de Forges, hoy los candidatos a lo sumo tienen discretamente malparado tan sólo un ojo, dependiendo de una inclinación en un sentido u otro que siempre debe ser leve.

He aquí la razón principal por la que el PP celebra su Congreso bajo la advocación del Centro, en los prolegómenos mismos de la campaña electoral. Existe, quizá, también una razón complementaria y coincidente que tiene bastante que ver con el conjunto de conmemoraciones de este último año. En uno de sus libros, Carlos Barral se preguntaba acerca de cuándo el pasado deja de serlo y empieza a convertirse en memorable. El plazo son 20 años y así se ha percibido estos últimos meses en la nostalgia por la etapa de gobierno centrista, aquélla en que una modestia real, la voluntad de concordia y la ignorancia del sectarismo parecían ser obligados para quienes gobernaban. Esas virtudes, tampoco tan espectaculares como para poner los ojos en blanco, ahora son objeto de añoranza.

¿Va a satisfacer el PP las expectativas sociales existentes? Partamos de la base de que el propio PSOE, al proporcionar tantos y tan obvios motivos para la crítica, ni siquiera ha ayudado a que su adversario principal acabe de sentir la necesidad de combatir por los votos fronterizos. Pero es evidente que hoy, entre quienes practican la objeción de conciencia a la candidatura de Barrionuevo o consideran que simple mente ha de pasarse la página del PSOE y Felipe González, hay un remanso decisivo de votos del que depende el resultado electoral.

Está muy claro en qué consiste una actitud centrista. No consiste en practicar la pinza con IU cada día, sin darse cuenta de, lo pésimo que puede resultar a medio plazo, ni en explicar a los jueces lo que deben hacer, ni llevar a la Comisión Permanente de las Cortes cosas de las que no debe tratar, ni en agitar la bandera de un demagógico nacionalismo españolista, ni en tener malas compañías en los medios, de ésas que condicionan o traicionan -cuando no las dos cosas a la vez-, ni en confiar demasiado en un liberalismo radical, que significa idéntica sobrecarga ideológica qué la que tenía en 1979 el PSOE. Consiste, por ejemplo, en el programa, político que se presenta a este Congreso y que, en efecto, puede contribuir de un modo importante a restablecer las bases mismas de una democracia que en los últimos años ha podido ser adulterada por un funcionamiento que la aleja de sus propósitos fundacionales.

Cuanto antes y más claramente el PP siga la senda del centro, mejores perspectivas tendrá, en las elecciones y tras ellas. La prueba definitiva de su gravitar en esa dirección no estará en el momento electoral, sino tras él, en un panorama de posible inestabilidad al que puede ayudar la propia derecha pura y dura que el PP conserva en su seno.

España no necesita angustiosamente una pasada por el centro, pero no le vendría nada mal un periodo duradero de gobierno estable y sensato, moderado y con deseo de consensos, que no peque de megalómano y no trate de cambiarnos la vida a los ciudadanos (que de eso nos ocupamos nosotros). En 1935, un tiempo turbio, que fue liquidado de forma pésima, había también un centrismo de procedencia intelectual que resultó, al fin, fallido. Madariaga, que lo representaba y escribió sobre él en los diarios, concluía uno de sus artículos con estas palabras: "Lo más avanzado de la nave, con lo que corta las aguas de la historia, no está a babor ni a estribor, sino en el centro. Estado sin centro, nave sin proa".

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