Tribuna:

Gallardón (el traidor)

El otro día leí en un artículo de otro diario una referencia al actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ruiz-Gallardón, y su nombre venía acompañado de un paréntesis: (el traidor). Es costumbre añadir calificativos al nombre propio para diferenciarlo de otros iguales, o sea, en este caso para distinguirle del otro Ruiz-Gallardón, su padre. Como quiera que el padre murió hace unos años, la diferenciación no era necesaria, luego la intención del calificativo sólo podía ser la ofensa, o la denuncia. También podría tratarse de una broma, un guiño afectivo, un chiste privado para ayudarle a su...

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El otro día leí en un artículo de otro diario una referencia al actual presidente de la Comunidad de Madrid, Ruiz-Gallardón, y su nombre venía acompañado de un paréntesis: (el traidor). Es costumbre añadir calificativos al nombre propio para diferenciarlo de otros iguales, o sea, en este caso para distinguirle del otro Ruiz-Gallardón, su padre. Como quiera que el padre murió hace unos años, la diferenciación no era necesaria, luego la intención del calificativo sólo podía ser la ofensa, o la denuncia. También podría tratarse de una broma, un guiño afectivo, un chiste privado para ayudarle a superar alguna pequeña crisis interna, suponiendo que entre el autor del artículo y el mentado presidente mediara una relación personal que el lector desconoce. En el artículo no se hacía referencia al motivo por el que Alberto Ruiz-Gallardón debía ser conocido por tan desagradable sobrenombre y, por tanto, quedé con la sensación de estar al margen de algún célebre acontecimiento. Al consultar amiguetes ninguno me supo decir un motivo concreto, por lo que deduje que todo se debía a intrigas internas de algún sector de su partido al que no gusta su actitud.La verdad es que la Comunidad de Madrid destaca más por defecto que por exceso. Los comentarios que leo en la prensa se refieren más a carencias, eliminación de actividades, supresión de algunos servicios, reducción de presupuestos, que a una hiperactividad gubernamental arrolladora. Parece ser que el apelativo le viene más por omisión que por acción.

Amigos periodistas me cuentan que es afable y simpático. Opiniones que contrastan con la imagen que tengo de su actividad de diputado por la Comunidad de Madrid, donde porfiando con el anterior presidente, Joaquín Leguina, más parecía una fiera indomable, irascible y pendenciera que el político sosegado en el que se ha convertido. Esos mismos periodistas me comentan que es muy solvente en las ruedas de prensa, a diferencia de su presidente de partido que no sabe salirse de la lección aprendida y carece de reflejos frente a lo imprevisto. Hace unos años, cuando el concejal Matanzo era uno de los personajes más conocidos, no sólo de su partido, sino de España entera, una amiga periodista le preguntó al senor Aznar por una fechoría de ésas que daba en cometer el concejal, y contestó que no sabía de quién Je hablaba, que no había oído nunca hablar de ese señor. Y todo porque, como dicen los niños en el cole, no se sabía la pregunta. Así las gasta el que dicen que va a ser nuestro presidente. Por lo visto sólo se encuentra cómodo entre las periodistas jovencitas master Abc de peinado tipo Dinastía. Modelo que, por cierto, lucen con gran criterio sus candidatas, a las que se ve tan a gusto en esa estética que a uno le apetecería hacer una serie de televisión con todas ellas y enterarse así, de una vez, de cuáles son sus intereses. En los debates y tertulias siempre les están pidiendo "programa", declaración política. Al parecer, el personal todavía no se ha enterado de que la derecha no tiene ideología, tiene intereses. No existe en su seno (con perdón) el debate político.

Puede que de ahí le vengan los males al señor Gallardón. Con esta nueva imagen de buen chico, sosegado, polivalente, y de amplio espectro, se está ganando una reputación de político con futuro, reputación que, lógicamente, inquietará a algunas cabezas visibles de su partido porque, si tiene futuro, sólo puede ser en una dirección. Será esa dirección la que le convierte en traidor.

Es mejor pensar así. De otro modo sería un traidor por lo que no ha hecho, por la lista de compromisos tácitos que no ha cumplido, frustrando las aspiraciones de aquellos que ansiaban verle enarbolar una espada flamígera y, al paso alegre de la paz, restaurar el orden de las cosas, el único, el eterno, el que se ha visto, perturbado por esta, interinidad devastadora que ya dura demasiados años.

En fin, el autor sabrá por qué llamándose a sí mismo liberal y demócrata, llama traidor a Gallardón. De ese tipo de liberales y demócratas: "Guárdanos, Señor".

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