LA GUERRA DEL FÚTBOL

La última batalla celeste

Diez horas de viaje desde Vigo a Madrid para esperar en directo la decisión de la Liga

"¡Tenemos que dar ejemplo!". Juan José Docampo, el vicepresidente de la Federación de Peñas del Celta, hacía esta última exhortación en su visita a cada uno de los 50 autobuses que se aprestaban a salir desde la explanada de Balaídos. Eran las once de la noche del martes. La moral, para ésta la finalísima contra la Liga Profesional, era de victoria y no querían los convocantes de la movilización que un mal alboroto enturbiara el resultado, por mucha que fuera la tensión acumulada por las dos semanas largas de espera. "¡Comportaos cívicamente, por favor!".No había razón para tanta alarma. El gr...

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"¡Tenemos que dar ejemplo!". Juan José Docampo, el vicepresidente de la Federación de Peñas del Celta, hacía esta última exhortación en su visita a cada uno de los 50 autobuses que se aprestaban a salir desde la explanada de Balaídos. Eran las once de la noche del martes. La moral, para ésta la finalísima contra la Liga Profesional, era de victoria y no querían los convocantes de la movilización que un mal alboroto enturbiara el resultado, por mucha que fuera la tensión acumulada por las dos semanas largas de espera. "¡Comportaos cívicamente, por favor!".No había razón para tanta alarma. El grueso de la expedición gallega lo componían pacíficas familias, abuelos y mamás, padres y niños, en un revuelto de tres generaciones unidas por la misma devoción celeste. "Eso, eso", subrayaban las admoniciones de Docampo, y preguntaban por el pack del bocata, que finalmente ni fardel resultó: una bolsa de plástico -azul celeste por supuesto- con las botellitas de agua, el emparedado y los refrescos de Horacio (el presidente céltico es distribuidor de bebidas).

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Las verbenas y fuegos artificiales de la ruta parecían sumarse a la propia fiesta de la expedición. "¡Celta, Celta, Celta!", se gritaba en los autobuses buscando la complicidad de los espectadores que salían al paso, en los bailes, terrazas o balcones del verano, y por lo común la encontraban. Hasta Puebla de Sanabria, parada obligada para recomponer la serpiente de autocares, se oyó la cantinela.

A las tres de la madrugada, la caravana volvió a la carretera, en unos casos con la misma música bakalao, y en otros, como el que le correspondió a este enviado especial, con una película para dormir: La hoguera de las vanidades. Pero nada apagaba la intensidad del fuego eterno: "¡Celta, Celta, Celta...!"

Después de otra parada de reagrupamiento, a 20 kilómetros de Madrid -eran las ocho de la mañana-, el objetivo se situó al alcance de la mano: "¡A la Cibeles! ", "¡A bañarnos!". Pero la expedición aterrizó en la calle del General Aranaz, lugar desconcertante para este rebaño celeste, que buscaba dónde lavarse, desayunar, aliviarse... ¿Dónde?

Recobrar fuerzas

El único bar abierto que encontraron en mil millas a la redonda hizo ciertamente el agosto. Reclamó con urgencia dos banastas de porras para matar, el hambre de la aglomeración y cortó, el agua de los servicios para poder abastecer la cafetera.Pero también el himno gallego, con voz poderosa, fue un coro recurrente en la mañana que empezaba a arder. "Queremos jugar en la Liga portuguesa", cantaban al rato, ya impacientes, sin escatimar otras amenazas: "Si esto no se amaña, caña; si esto no se arregla, guerra; en la próxima visita traemos dinamita, y si no hay solución, traemos un cañón". Frente al exclusivo y pío "¡Hala, Celta!", que pedía la organización de la marcha, la hinchada no silenció ni uno de los gritos de guerra de su suculento repertorio. Tiempo dio, desde luego.

A mediodía se registró el primer desmayo una sexagenaria que, mientras la atendía la Cruz Roja, encontró fuerzas para lanzar un respingo espantado a un cámara de televisión: "¡Ni se le ocurra cogerme con eso, ¿eh?!". Sobre el grupo más activo, samaritanas bondadosas vaciaban agua para que no perdieran energía, y la recobraban hasta para hacer la ola allí bajo el solazo. Nada, sin embargo, impidió los saltos y gritos de júbilo cuando, a las 15.15, Chema Figueroa, concejal de Deportes del Ayuntamiento vigués, salió a aliviar a la concurrencia: "Somos 22, seguimos en Primera".'

¿Es definitivo?", preguntaba todavía alguno que otro con desconfianza. Cuando se despejaron las dudas, nadie se resistió a corear con alivio y la misma música del Guantanamera: "A las Traviesas, nos vamos a las Traviesas" -plaza y fuente viguesas donde se celebran las victorias del equipo- Algunos aún encontraron energía para pedir la dimisión de la directiva, que tantos sofocos ha suscitado con sus negligencias, y emplazarse a otro encuentro inmediato: "Sí, sí, sí, nos vamos a Samil".

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