Tribuna:

Confusión

Primero fueron Valderrama y Rincón frente a EE UU, y después Zinhó y Edmundo en el partido final ante Uruguay, los que volvieron a encender la esperanza cuando parecía, una vez más, que el fútbol suramericano estaba absolutamente hundido en la confusión.Alrededor de Valderrama y Rincón, Colombia recobró la ilusión del toque con criterio `de gol y los norteamericanos, al fin, supieron lo que es bailar al son del buen fútbol. Corrían el peligro de volver a su país sin haber aprendido casi nada, pero los colombianos les leyeron las mejores páginas del manual en esos 90 minutos.

Zinho y Edm...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Primero fueron Valderrama y Rincón frente a EE UU, y después Zinhó y Edmundo en el partido final ante Uruguay, los que volvieron a encender la esperanza cuando parecía, una vez más, que el fútbol suramericano estaba absolutamente hundido en la confusión.Alrededor de Valderrama y Rincón, Colombia recobró la ilusión del toque con criterio `de gol y los norteamericanos, al fin, supieron lo que es bailar al son del buen fútbol. Corrían el peligro de volver a su país sin haber aprendido casi nada, pero los colombianos les leyeron las mejores páginas del manual en esos 90 minutos.

Zinho y Edmundo regresaron al Brasil más antiguo, cuando la pelota era una aliada fiel, deseada y obediente, y la velocidad estaba en el talento, para callar al Centenario y desinflar en cinco minutos la garra charrua.

Hicieron tres o cuatro cosas de las de antes, que son cada día más modernas, un gol para el recuerdo y ahí terminó todo. Mejor dicho, eso fue todo en un torneo que sirvió, más que nada, para que el fútbol suramericano se quede desnudo, sin identidad, a, la intemperie, en estos tiempos confusos en que !'cualquiera es un señor y cualquiera es un ladrón", como cantaba Discépolo. Tiempos de Suramérica sin uniformes, pero' igualmente uniformados para correr demasiado y pensar poco, para despreciar lo que hasta no hace mucho tiempo era algo sagrado: la pelota.

Resulta que ahora, en Suramérica, todos quieren recuperarla, pero nadie la quiere tener. La pierden, a la misma velocidad con que perdieron identidad. Ya no son lo que eran, y tampoco otra cosa.

Se desconocen conceptos que venían de fábrica, como el manejo de los tiempos: cuándo acelerar y cuándo frenar, para ser realmente más rápidos. Y se perdió también el gusto por el juego. Nadie disfruta, todos luchan. El único equipo que mantiene una fidelidad insobornable a los principios que siempre distinguieron al fútbol suramericano es Colombia. Admito que con frecuencia terminan olvidando para qué estaban tocando, pero aun así fueron los únicos, en este torneo, que, nos recordaron al fútbol.

El resto -quizá haya que excluir también a Bolivia- compitió por ver quien presionaba más (ni siquiera mejor) y mezcló las peores picardías con las más turbias especulaciones.

Ganó Uruguay, que curiosamente jugó algo cuando entró Bengoechea y decretó la pausa, entonces Francescoli pudo darle algún sentido al torbellino. Un triunfo que no agregará nada a su historia, cargada de leyendas, porque va a ser muy difícil contárselo a los nietos.

Archivado En