Tribuna:

Perdedores

No todo es miseria en este mundo. Ya sé que la actualidad está llena de personajillos que, al no saber perder, se aferran al cargo ofreciéndonos un espectáculo penoso, pero también hay personas enteras y honorables capaces de vivir la vida cabalmente. Pienso en Butragueño, por ejemplo, que lleva un par de semanas perdiendo dignamente (le vi en el interesante programa de Julia Otero: estuvo muy bien); o en Antonio Martín, otro deportista vadeando con donaire un momento difícil; o en los del CDS, que se han ido a la tumba con enorme elegancia.Pienso, en fin, en los millones de ciudadanos anónimo...

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No todo es miseria en este mundo. Ya sé que la actualidad está llena de personajillos que, al no saber perder, se aferran al cargo ofreciéndonos un espectáculo penoso, pero también hay personas enteras y honorables capaces de vivir la vida cabalmente. Pienso en Butragueño, por ejemplo, que lleva un par de semanas perdiendo dignamente (le vi en el interesante programa de Julia Otero: estuvo muy bien); o en Antonio Martín, otro deportista vadeando con donaire un momento difícil; o en los del CDS, que se han ido a la tumba con enorme elegancia.Pienso, en fin, en los millones de ciudadanos anónimos que experimentan cada día la derrota. Porque caer (o decaer) es una experiencia común, inevitable, básica. No se puede concebir una vida carente de fracasos: la pérdida forma parte sustancial de lo que somos.

Y así, perdemos al niño que fuimos y los sueños de la juventud; perdemos a los parientes y a los amigos, y antes o después se nos pasa nuestro mejor momento profesional. Perdemos dioptrías, muelas, pelo, agilidad y futuro; y, a la postre, perdemos irremisiblemente el juego entero, o sea, la vida. Pero todas estas derrotas tienen su sentido y su grandeza: nos hacen ser más sabios, más completos, más humanos. Por eso creo que los tipos que se amarran al sillón son seres míseros y vacuos, medias personas. Y por eso me parece conmovedor que haya gente que, como Butragueño, sepan vivir la experiencia común de la derrota públicamente, con naturalidad y sin aspavientos. Y es que, por debajo de la histeria de figurar y poseer, del juego de apariencias y de las demás farfollas, existen unas pocas, muy pocas, cosas sustanciales: saber perder, saber querer, saber disfrutar de la felicidad y aprender de la desgracia, saber aceptar lo que uno es. En realidad la vida no es más que eso.

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