Tribuna:

Joubert

Batid La Rochefoucauld, Vauverriagues, Chamfort y os quedará un polvillo, un gusto inesperado, una huella: es Joubert. Joseph Joubert (1754-1824), moralista francés. Nunca el aforismo, ese pensamiento desleído gracias a la educación y al pudor, ese muy silencioso pero fulminante corrimiento de tierras que se produce de pronto en ciertas inteligencias, nunca el aforismo fue menos una manera, un empacho de técnica, un modo de zanjar la obligación de llegar hasta lo último. Hablar de Joubert: algo así, seguramente, como descubrir el Mediterráneo. Pero lo cierto es que nunca se había traduc...

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Batid La Rochefoucauld, Vauverriagues, Chamfort y os quedará un polvillo, un gusto inesperado, una huella: es Joubert. Joseph Joubert (1754-1824), moralista francés. Nunca el aforismo, ese pensamiento desleído gracias a la educación y al pudor, ese muy silencioso pero fulminante corrimiento de tierras que se produce de pronto en ciertas inteligencias, nunca el aforismo fue menos una manera, un empacho de técnica, un modo de zanjar la obligación de llegar hasta lo último. Hablar de Joubert: algo así, seguramente, como descubrir el Mediterráneo. Pero lo cierto es que nunca se había traducido al español, que sus noticias, leves, las habían dado hasta ahora Pla, los hermanos Vilallonga ("su sensibilidad sólo le permitía decir las cosas por perífrasis", escribieron al alimón) y Menéndez Pelayo entre un puñado de pocos otros. Uno de esos magníficos libritos que publica Edhasa, tanto mejores cuando eluden el digest de un autor, es decir, cuando no convierten en aforístico lo que no fue escrito bajo esa horma, nos facilitan llegar a Joubert. Con la fortuna impagable, además, de que Carlos Pujol se haya ocupado de todo: de seleccionar, de traducir, de prologar. Para tiempos sucios, Joubert. Contra el griterío, Joubert. Contra el periodismo como una irrisoria forma de la fanfarronería, Joubert: "Un periodista, para ser bueno, no debe ser demasiado superior al público, sino un primus inter pares. Y por eso los jóvenes que tienen ingenio y talento son adecuados para escribir bien en un periódico. Ya que, como todos los pensamientos (incluso los más vulgares) para ellos son novedades, descubrimientos, les dan de buena fe relieve por medio de la expresión, y gracias a su edad escriben bien lo que merece poco estar bien escrito". ¡Lo escribió en 1802, cuando el periodismo era apenas un albor! Que su verdad crezca con el tiempo es la condición elemental del clásico.

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