BALONCESTO

"NO SON LÁGRIMAS, SON LAGRIMONES"

Juan Antonio San Epifanio se despide regado en cava y con dos tiros libres

Juan Antonio San Epifanio, Epi, acabó regado en cava. Dio una vuelta al Palau Blaugrana y pretendió aguantarse las lágrimas. Pero no lo consiguió. Fue el epicentro de toda la noche mágica que ayer vivió el Barcelona. Su despedida fue un colofón excepcional a una carrera marcada por el éxito y la genialidad. Epi fue aclamado por todo el Palau, especialmente en el momento en que saltó a la pista. Culminó su carrera clavando en la canasta los dos últimos tiros libres. El Barça le regaló la Liga."No son lágrimas, no", atinó a decir Epi. "Son lagrimones. Cualquier jugador quisiera acabar de esta fo...

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Juan Antonio San Epifanio, Epi, acabó regado en cava. Dio una vuelta al Palau Blaugrana y pretendió aguantarse las lágrimas. Pero no lo consiguió. Fue el epicentro de toda la noche mágica que ayer vivió el Barcelona. Su despedida fue un colofón excepcional a una carrera marcada por el éxito y la genialidad. Epi fue aclamado por todo el Palau, especialmente en el momento en que saltó a la pista. Culminó su carrera clavando en la canasta los dos últimos tiros libres. El Barça le regaló la Liga."No son lágrimas, no", atinó a decir Epi. "Son lagrimones. Cualquier jugador quisiera acabar de esta forma su carrera profesional. Ha sido un momento inolvidable y tremendamente emotivo". La final, de la Liga ACB de baloncesto acababa de finalizar y Epi, siempre tan racional, aún no había digerido su última vivencia.

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Minutos antes, por el micrófono de pista, dejó salir de su boca las palabras que nunca quiso pronunciar: "Os quiero decir una cosa: esta afición, sin duda, es la mejor del mundo. Seguro que nos veremos de nuevo, pero este es mi último partido". Todo el mundo lo sabía, pero todos querían escuchar aquella despedida para decirle hasta siempre. Y así ocurrió. El Palau tronó. Todos los jugadores del equipo, el entrenador, los directivos, todos querían abrazar al ídolo, a la persona, al jugador.

"Le debo muchísimas cosas a este deporte", añadió Epi, ya más calmado. "Creo que junto a Solozábal y Chicho Sibilio, marcamos una época. Yo soy el último de aquella generación que abandona". La leyenda de Epi viene avalada por más de 20 años en el Barcelona. Y por una larga retahíla de títulos que incluye seis ligas, diez copas, dos recopas y una final de la Copa de Europa, en 1984. Todo ello adornado por la medalla de plata que logró con la selección española en Los Ángeles 84.

"En el baloncesto he pasado momentos intensos, alegrías, y otros momentos tristes", prosiguió el jugador. "Pero este partido [por el de ayer] es único. Estaba diciendo adiós a muchas cosas, a algo que forma parte de mí, que son yo mismo".

Nadie absolutamente duda de que Epi seguirá ligado de alguna forma al baloncesto. Y él mismo no lo cuestiona. "Seguro que seguiré vinculado a este deporte", afirmó. "Pero no quise pensar en ello antes de disputar este último partido de la final de la Liga. Hubiera sido poco honesto por mi parte, porque si me necesitaban tal vez no hubiera estado centrado".

El propio Josep Lluís Núñez, presidente del Barcelona, le tendió una alfombra para entrar de nuevo en el club con otros destinos. "Me gustaría que se quedara. Es una persona con grandes valores humanos y un jugador irrepetible cuya sustitución será muy dificil". El presidente fue incluso más lejos: "A Solozábal le ofrecimos la gerencia de la sección y no la aceptó. No podemos permitir que Epi nos deje". Después Núñez recordó el primer contrato que firmó con Epi. "Era por siete u ocho temporadas. Pero me quedé corto".

Sin embargo, el reconocimiento del presidente azulgrana no fue el único. Todos los protagonistas de la noche hablaron de Epi, todos le rindieron de alguna forma un sentido homenaje. "No podíamos terminar mejor: ganar en el Blaugrana y con dos tiros libres de Epi", indicó Aíto García Reneses, entrenador del Barça, que mostró una cierta sorpresa por las palabras finales del jugador. "El adiós lo ha dicho él. Yo ni me había enterado". Y Epi se fue del Palau con un rictus tan mágico como el que esbozó con la antorcha olímpica que alumbró Barcelona 92.

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