TENIS

En el filo de la navaja

El caso de Conchita y Van Harpen muestra la infidelidad entre jugadores y entrenadores

Sé infiel y no mires con quién es el título de una película de Fernando Trueba, pero es también una frase aplicable en las relaciones personales de los circuitos masculinos y femenino de tenis. No todos los jugadores son iguales. Hay algunos casos de loable fidelidad a los técnicos que les crearon o que les llevaron de la mano al triunfo. Pero paralelamente hay ocasiones en que los jugadores se olvidan de los favores y acaban con sus entrenadores de forma traumática. El caso de Conchita Martínez y Eric van Harpen, aunque haya querido taparse, ha sido el último de ellos.Pero no el...

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Sé infiel y no mires con quién es el título de una película de Fernando Trueba, pero es también una frase aplicable en las relaciones personales de los circuitos masculinos y femenino de tenis. No todos los jugadores son iguales. Hay algunos casos de loable fidelidad a los técnicos que les crearon o que les llevaron de la mano al triunfo. Pero paralelamente hay ocasiones en que los jugadores se olvidan de los favores y acaban con sus entrenadores de forma traumática. El caso de Conchita Martínez y Eric van Harpen, aunque haya querido taparse, ha sido el último de ellos.Pero no el único. Antes muchos otros jugadores habían recorrido un camino similar. Boris Beeker cortó con su entrenador Gunther Bosch en 1987, tras sus dos primeros títulos de Wimbledon. Bosch había estado trabajando con Becker desde que era un niño. Pero' el rumano Ion Tiriac, representante del jugador alemán, adujo que Bosch ya no podía enseñarle nada más.

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Y rompieron. Fue un escándalo. Más adelante, ya en 1994, Becker puso fin también a su relación comercial con Tiriac, el hombre que le había permitido ganar unos 10.000 millones de pesetas. Eso no bastó.

Más o menos en la misma época, Andre Agassi cortó en seco con el entrenador de su vida, el norteamericano Nick Bollettieri. Agassi le dio a Bollettieri algo inolvidable: el primer título del Grand Slam (Wimbledon 1992). Pero tras su ruptura no dudó ni un momento, en lanzarle agrias críticas y en poner en tela de juicio su capacidad para entrenar a grandes jugadores.

El caso de Conchita y Van Harpen es algo distinto. Hay que añadirle un componente de amor y odio más perdurable. En las dos ocasiones en que la aragonesa dejó a Van Harpen -1989 y 1991- fue ella la que corrió de nuevo a sus brazos. Sin él se sentía perdida. Ahora tal vez ha madurado.

Pero Van Harpen ha pasado toda la vida entre abandonos y reencuentros. Arantxa Sánchez lo hizo famoso y después lo dejó. Eric salió también algo rebotado de aquella relación. Después, Arantxa ha seguido utilizando a diversos entrenadores a lo largo de su carrera, aunque su relación con ellos ha quedado mediatizada por el filtro de su padre y su madre. Siempre ha intentado buscar al hombre que más podía ayudarla en cada momento: Juan Núñez (le dio estabilidad y confianza), Mervyn Rose (le enseñó a sacar y a volear) y ahora Gabriel Urpi (para mejorar la derecha).

Ese planteamiento es el que más se ajusta a las conductas actuales en el Circuito profesional. No casarse con nadie. Es lo que hacen la mayor parte de los jugadores. "Te utilizo y después te tiro", como a un kleenex. Parece muy drástico, pero es una conducta aceptada y generalizada.

Sin embargo, existe un reducido grupo de jugadores que mantienen fidelidad a un técnico incluso contra viento, y marea. Emilio Sánchez es un claro exponente. Emilio y Pato Álvarez han tenido una relación de respeto y trabajo. "Sin Pato no hubiera llegado tan lejos", ha comentado muchas veces el jugador. Y la recompensa ha sido mantenerse fiel y salir siempre en defensa de Pato. Cuando todo el tenis español estaba enfrentado al colombiano, Emilio se quemó por él. "Acabaremos juntos", han dicho, ambos.

Esta postura demuestra una gran nobleza de sentimientos, aunque algunos no lo compartan. Es una postura similar a la, del ucranio Andréi Medvedev con su amigo y entrenador Alexandr Dolgopolov. Medvedev llegó a convertirse en un miembro de la familia Dolgopolov. Alexandr viajaba siempre con su. esposa y su hijo de tres años. Y así hubieran seguido si en 1994 el técnico no hubiese planteado un final "Voy a tener otro hijo y me quedo en casa", le dijo. Le dio un disgusto a Andréi porque aquella atípica situación le ofrecía estabilidad.

También Pete Sampras demostró lo unido que se sentía, con su entrenador, el norteamericano Tim Gullikson, en el pasado Open de Australia. Gullikson fue ingresado con un tumor cerebral y Sampras lo acusó. Lloró por él varias veces en la pista y, tras la final, le dedicó todo su parlamento. Sampras ya ha anunciado que no va a cambiar de entrenador. Esperará el tiempo necesario, hasta que Tim se recupere.

Más lógica parece la fidelidad entre padres. e hijos. Era el caso de Monica.Seles y Karolj y es el de Sergi Bruguera y Lluís. Una relación tan íntima les permite incluso desbarrar en la pista, porque saben que después todo será olvidado y prevalecerá el trato humano. En otras situaciones, eso sería impensable.

Es evidente que el entrenador es una persona muy importante para algunos jugadores y que tiene mucha menos trascendencia para otros. Pero con demasiada frecuencia los jugadores asumen la total responsabilidad de las victorias y traspasan a los técnicos la de las derrotas. En este contexto, como en cualquier otra faceta deportiva, los entrenadores tienen las de perder.

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