Editorial:

Giro sobre Chiapas

EL PRESIDENTE Ernesto Zedillo, pocos días después de que Clinton le haya salvado de la bancarrota económica, ha dado un giro brusco a su política en relación con el movimiento zapatista, que aún controla una zona del Estado de Chiapas. Desde que este movimiento armado estallara en enero del año pasado, el Gobierno mexicano ha sostenido con él una negociación pacífica: hace unos 20 días, el propio secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, se entrevistó en la selva Lacandona con el jefe de los zapatistas, subcomandante Marcos. Ahora, en un discurso por televisión, Zedillo descubre que...

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EL PRESIDENTE Ernesto Zedillo, pocos días después de que Clinton le haya salvado de la bancarrota económica, ha dado un giro brusco a su política en relación con el movimiento zapatista, que aún controla una zona del Estado de Chiapas. Desde que este movimiento armado estallara en enero del año pasado, el Gobierno mexicano ha sostenido con él una negociación pacífica: hace unos 20 días, el propio secretario de Gobernación, Esteban Moctezuma, se entrevistó en la selva Lacandona con el jefe de los zapatistas, subcomandante Marcos. Ahora, en un discurso por televisión, Zedillo descubre que ese Marcos tiene antecedentes guerrilleros. A la vez, la policía halla unos depósitos de armas en la capital y en Veracruz, lo cual indicaría el proyecto de los zapatistas de extender la lucha armada a otras regiones del país. En vista de lo cual, Zedillo ha ordenado al Ejército que entre en la zona zapatista para detener a Marcos y a sus colaboradores, presentados como una banda terrorista. Lo preocupante de ese paso dado por el presidente mexicano hacia una política de dureza militar es que carece, al menos por ahora, de justificación seria: los arsenales descubiertos son de escasa monta. Que Marcos tenga antecedentes en anteriores movimientos guerrilleros era algo presumible: después de todo, su acto de presentación en la historia fue lanzar un movimiento armado en Chiapas. Cuando las autoridades mexicanas negociaban con él. sabían que no era un político normal, sino un hom bre dispuesto, en ciertos casos, a emplear la fuerza. No obstante, y sin duda por la gravedad de los problemas planteados en Chiapas y porque se esperaba poder abordarlos mejor con presencia de los zapatistas, el Gobierno mexicano consideraba útil la negociación. Ahora ese diálogo se corta sin aportar argumentos convincentes. Si era conveniente, hace unos días, negociar con un jefe guerrillero que conserva en Chiapas sus fuerzas armadas, para preparar reformas en favor de la población indígena depauperada y humillada, ahora se ría indispensable dar una explicación de por qué, de pronto, esos contactos cesan y se da orden al Ejército de detener a los interlocutores de ayer. La orden de Zedillo no ha sido entendida en amplios sectores o ha causado desasosiego. ¿Qué va a hacer el Ejército? ¿No será Chiapas muy pronto teatro de combates y derramamientos de sangre? La Comisión Nacional de Intermediación, creada precisamente para negociar con los zapatistas y que preside el obispo Salvador Ruiz, ha expresado su disgusto recordando que temas de suma importancia están aún en la mesa de discusión.

Se comprende que sea muy incómodo para un Gobierno tener una parte del territorio nacional dominada por un grupo alzado en armas. Pero esta situación existe en Chiapas desde hace más de un año. Y una parte de la izquierda mexicana, con el partido de Cárdenas, está asociada a esa situación, por anormal que sea. Pensar que ello se puede resolver con una simple operación del Ejército parece un cálculo demasiado optimista. Y cuyos efectos pueden ser graves.

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