Tribuna:LÍNEA DE FONDO

Va por ti, Fredy

José Emilio Amavisca, ese zurdo de aluminio, tan duro y tan ligero, celebra sus goles de una forma peculiar: llega al palo, escapa por la línea de fondo, se derrumba de rodillas, y señala insistentemente algún lugar del cielo con el dedo índice. No se trata de un rito casual: es el inconfundible gesto del goleador agradecido al pasador impecable que, por la gracia de Dios, ha entregado un balón de oro. Tampoco señala un lugar indeterminada: apunta siempre hacia una luz cósmica que se llama Alfredo. Fredy para los amigos.Emilio no siempre ha celebrado sus goles de esa manera. La ceremoni...

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José Emilio Amavisca, ese zurdo de aluminio, tan duro y tan ligero, celebra sus goles de una forma peculiar: llega al palo, escapa por la línea de fondo, se derrumba de rodillas, y señala insistentemente algún lugar del cielo con el dedo índice. No se trata de un rito casual: es el inconfundible gesto del goleador agradecido al pasador impecable que, por la gracia de Dios, ha entregado un balón de oro. Tampoco señala un lugar indeterminada: apunta siempre hacia una luz cósmica que se llama Alfredo. Fredy para los amigos.Emilio no siempre ha celebrado sus goles de esa manera. La ceremonia empezó el 19 de enero de 1994, miércoles. Aquel día, Fredy estaba en el pueblo cántabro de Colindres, cerca de Laredo, ayudando a su padre en el negocio familiar de construcción. Alrededor, los pequeños objetos del tajo -la llana, el nivel de burbuja y la, plomada- tenían el apagado brillo habitual y predecían una jornada tranquila: nada por aquí, nada por allá. Fredy se pondría el mono, empuñaría la paleta, treparía al andamio como de costumbre, haría diabluras con el mortero y, nuevamente, ladrillo a ladrillo, trataría de desafiar al destino con la imaginación: algo había que hacer para que, después de los relámpagos, flis-flas, Emilio consiguiese alguno de sus goles antológicos el próximo domingo.

A poco que le acompañara la suerte, ese rapacín de fibra de carbono tenía que triunfar. A vueltas con él y con su hermano Javi, Fredy había soñado en voz alta cientos de futuras jugadas. En realidad, Emilio representaba lo que todos los muchachos de la pandilla habrían querido ser: ahora estaba en el Valladolid, terminando el rodaje, pero a finales de temporada se convertiría automáticamente en jugador del Real Madrid. Ahí empezaría su auténtica carrera: desde entonces habría que viajar ala capital y...'

Horas después, Emilio recibía la noticia: Fredy había Sufrido una caída. Pero, ¿qúé me decís? ¿los anclajes del andamio? ¿cómo es posible? Su mejor amigo había muerto.

Desde entonces, él mismo fue un convaleciente. No alcanzaba a entender el problema: Fredy se había ido a los 23 años; a una de esas edades exhuberantes en que la muerte es algo que sólo ocurre a los demás.

Emilio tuvo que coserse la herida con su propia mano. Llegó al Madrid todavía dolorido; pero pronto se transfiguró en Altobelli, y decidió que todos sus goles serían para Fredy.

Dicen que fue de esa manera como se convirtió en el actual Amavisca. Es decir, en un delantero mortal de necesidad.

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