Tribuna:

Rotaeta se ha metido en un jardín

Hace unos años trabajé con él en el teatro Albéniz en una obra titulada La reina del Nilo. Recuerdo que preparando aquel montaje la dirección de la compañía convocó a todos los actores para comentarnos la posibilidad de salir de gira y, de paso, hacer una llamada al orden porque había cierto descontrol en la hora de llegada a los ensayos. Una vez que consideró que había terminado la parte meramente informativa y comenzaba la moral, Félix se levantó y dijo: "Yo no voy a soportar una charla tipo jesuita, me voy al bar". Se levantó y se marchó. No disponía de mucho tiempo para gilipolleces...

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Hace unos años trabajé con él en el teatro Albéniz en una obra titulada La reina del Nilo. Recuerdo que preparando aquel montaje la dirección de la compañía convocó a todos los actores para comentarnos la posibilidad de salir de gira y, de paso, hacer una llamada al orden porque había cierto descontrol en la hora de llegada a los ensayos. Una vez que consideró que había terminado la parte meramente informativa y comenzaba la moral, Félix se levantó y dijo: "Yo no voy a soportar una charla tipo jesuita, me voy al bar". Se levantó y se marchó. No disponía de mucho tiempo para gilipolleces y decía las cosas a la cara y de forma contundente. Cuando tenía un problema con alguien se lo hacía saber de inmediato, pero a diferencia de otras personas que he conocido con ese talante, no era nada conflictivo. Sus accesos de mala leche eran selectivos, polarizados, nunca gratuitos.Félix tenía muy mala doma. No atendía a consejos morales o disciplinarios. Reprendía al que quisiera meterle en vereda, en esa vereda que no lleva a ninguna parte, pero en la que camina la mayoría. Tenía claro lo que quería en la edad suficiente para hacer lo que le daba la gana, con mucho respeto.

En aquella ocasión compartíamos camerino y una mesa en la que nos maquillábamos. Recuerdo que el primer día me dijo: "No sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí, así que lo mejor es dejar las cosas claras". A mí me pareció un arranque poco atractivo porque, en general, la gente que comienza diciendo esas cosas es que quiere obtener algún privilegio de su discurso. Continuó diciendo: "Tu parte de la mesa llega hasta aquí. La mía es ésta. Puedes coger lo que te dé la gana, pero sin revolver. Me molesta mucho que me revuelvan las cosas". No le gustaba que hurgaran en su vida. Nunca tuve el menor problema con él, al contrario. Era tremendamente respetuoso con la vida de los demás. Pertenecía a ese género de personas a las que les importa un carajo lo que hagan los demás porque sólo aspiran a que le dejen en paz. Del mismo modo que marcaba los límites de la mesa, marcaba el resto. Nos habíamos conocido trabajando en una película: Best seller. Algunos días, el coche de la productora que venía a buscarme traía dentro a Félix, y más de una vez venía sin dormir. Eran otros tiempos. Llegaba cantando. Me trincaba del cuello y me llevaba zarandeando hasta que llegábamos al rodaje. Era el año 81 y en aquella época Félix "vivía" en El Sol gracias a la condescendencia de su amigo Gastón, que ejercía un mecenazgo etílico completo. Allí coincidimos varias veces y yo le temía porque siempre estaba con un cebollón importante, y en cuanto me veía quería que montáramos algún desparramo.

Por eso me extrañó la historia de la mesa del camerino cuando, años después, coincidimos en el teatro. Me lo decía como si nos viéramos por primera vez. La mesa formaba parte de su intimidad, no tenía nada que ver con su actividad social. Así era él.

En aquella obra, uno de los personajes que hacía Félix soltaba un monólogo largo dentro de una cueva. Yo hacía de estalagmita en esa misma cueva y me chupaba el monólogo todos los días. Desde entonces hay dos cosas que me han colonizado el inconsciente y las digo vengan o no a cuento. Una es parte de aquel monólogo: "¿Es esto vida inmortal?: esto no es vida. / Prefiero las desdichas terrenales a estar de pasmarote en la guarida / do moran criaturas abisales". La otra, una frase que, a veces, formaba parte de la autocrítica que Félix hacía todos los días después del monólogo, entre cajas: "Me he metido en un jardín"., Se refería a que, de vez en cuando, se liaba con los versos y recorría imprévisibles laberintos fonéticos de difícil. comprensión, hasta que regresaba al cauce de la rima cabal, ante la mirada estupurosa de Santiago Ramos, que era el receptor de dicho monólogo.

Hacía muchos años que no le veía y, de repente, me enteré de la noticia por la radio. No creo que sea ,el momento de contar que era un magnífico actor, un gran profesional..., porque eso, en su caso, como en el de casi todos los actores que he conocido, era lo de menos. En fin, me quedo con unas fotos que amplié para regalárselas. Ya se las daré cuando nos veamos "al otro lado del jardín".

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