VELA

El profesionalismo y los frenos

R.C El día en que Teresa Zabell se colgó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona podía haber dicho basta y marcharse a casa, a Andalucía. Lo había ganado todo. Ya no tenía nada que demostrar. Su compañera en el trapecio del 470, Patricia Guerra, desmotivada, decidió marcharse a Estados Unidos con su novio. Teresa dudó si seguir los mismos pasos. Tras unos días de reflexión, se preguntó. "¿Por qué no continuar? El reto: Atlanta 96". Y se decidió.

Aprovechó sus estudios de informática y mercadotecnia y se convirtió en relaciones públicas. No para vender sus títulos, ...

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R.C El día en que Teresa Zabell se colgó la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Barcelona podía haber dicho basta y marcharse a casa, a Andalucía. Lo había ganado todo. Ya no tenía nada que demostrar. Su compañera en el trapecio del 470, Patricia Guerra, desmotivada, decidió marcharse a Estados Unidos con su novio. Teresa dudó si seguir los mismos pasos. Tras unos días de reflexión, se preguntó. "¿Por qué no continuar? El reto: Atlanta 96". Y se decidió.

Aprovechó sus estudios de informática y mercadotecnia y se convirtió en relaciones públicas. No para vender sus títulos, sino para provocar en los patrocinadores la ilusión de seguir conquistándolos. Tardó un año en reunir los recursos necesarios para continuar en la alta competición y no depender de la administración deportiva. "Si los dirigentes del deporte no quieren regatistas profesionales, yo les respondo: '¿Queréis resultados?", argumenta Zabell. "La vela es como el automovilismo: los coches oficiales siempre están delante. Hay que romper los frenos que nos separan del agua".

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Instalada en un piso de la Villa Olímpica de Barcelona, curiosamente en el mismo edificio en que compartió horas de sobremesa con atletas del resto del mundo durante el verano de 1992, ofreció el puesto de tripulante vacante a Begoña Vía Dufresne, una regastista experta en la clase 470 pero sin antecedentes internacionales. La patrona del mar no se equivocó. "Begoña lo cogió con ganas e ilusión. Es distinta a Patricia. Begoña se aproxima más a las características exigentes de las regatas de hoy en día, donde hay que estar más pendiente de las maniobras que de la velocidad del barco".

Begoña ya sabe lo que es ser la mejor. Trabajar con la número uno del mundo supone responsabilidad, esfuerzo y sacrificio. Es consciente de que Teresa se lleva todo el protagonismo. No le importa. Nada le pidió a la jefa, o casi nada. Sólo un deseo: "Si ganamos el europeo, quiero subir a Montserrat en bicicleta, como Induráin y Bruguera". Y ganaron y subieron a Montserrat en bicicleta el pasado fin de semana.

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