El fiscal pide que declaren los hijos, de 12 y 8 años, del policía que disparó a su esposa

Aquel domingo de mayo de 1993, Día de la Madre, Antonia Heredia, de 33 años, recibió un poema y una cesta de flores de sus tres hijos. Su marido, el policía Antonio Esteban, de 36, le descerrajó un tiro en la cabeza con su pistola. Antonia ha sobrevivido nadie sabe cómo. Su esposo se enfrenta hoy a un juicio por parricidio frustrado, por el que el fiscal solicita 17 años de cárcel. Dos hijos, de 12 y 8 años, declararán como testigos.

La Asociación de Mujeres Separadas y la abogada de Antonia, Justa Pelleraz, consideran contraproducente que los chiquillos acudan al juicio. La otra hi...

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Aquel domingo de mayo de 1993, Día de la Madre, Antonia Heredia, de 33 años, recibió un poema y una cesta de flores de sus tres hijos. Su marido, el policía Antonio Esteban, de 36, le descerrajó un tiro en la cabeza con su pistola. Antonia ha sobrevivido nadie sabe cómo. Su esposo se enfrenta hoy a un juicio por parricidio frustrado, por el que el fiscal solicita 17 años de cárcel. Dos hijos, de 12 y 8 años, declararán como testigos.

La Asociación de Mujeres Separadas y la abogada de Antonia, Justa Pelleraz, consideran contraproducente que los chiquillos acudan al juicio. La otra hija, de tres años, también presenció los hecho, como sus hermanos. "La niña mayor está mal, se despierta llorando por las noches y tiene sentimiento de culpabilidad porque la pelea comenzó cuando su madre se interpuso entre Antonio y ella para evitar que pegase a la pequeña", asegura Pelleraz, quien solicita 20 años de cárcel para el policía. "Entendemos que son los únicos testigos del suceso, pero vamos a pedir que por lo menos declaren a puerta cerrada", añade.Aquel aciago Día de la Madre fue el fin de una retahíla de insultos y malos tratos, según Antonia. Llevaban 13 años casados y las agresiones comenzaron cuando el segundo hijo era poco más que un bebé. Un año antes, el marido, pistola en ristre, intentó obligar a su esposa a tirarse por el balcón, relata Antonia. Los insultos y las humillaciones no faltaban en su casa. Se cortó la melena de gitana rubia que es para que Antonio no la agarrase del pelo y la golpeara.

Aquel domingo de mayo Antonia salió con su marido de casa -en la zona de la glorieta de Bilbao- para tomar unas cañas. Al volver, quiso llevar a los dos chiquillos mayores a ver el paso de la Vuelta a España. Según la narración de Antonia, su marido se enfadó con la niña y le soltó un sopapo. La caja de los truenos de la violencia había levantado su tapa. Ella se interpuso y entonces la arrojó al suelo de un manotazo. Él se colocó encima de ella de pie con las piernas abiertas y le disparó en la cabeza. Sólo perdió el conocimiento unos segundos. Luego, intentó convencerle de que pidiese una ambulancia.

El tribunal determinará si Antonio se arrepintió espontáneamente, como sostiene la defensa -que pide sólo seis meses de cárcel al añadir esa circunstancia al atenuante de embriaguez-. La acusación particular cree, por el contrario, que Antonio ni estaba borracho ni se arrepintió. "Él llamó a un amigo policía antes que a la ambulancia", dice la abogada Pelleraz.

Un trozo de metralla

Ahora Antonia se ha separado legalmente de su marido y vive con sus hijos en un piso de Tarragona, donde residen algunos de sus familiares. Saca adelante a sus tres chavales con el sueldo base de policía que todavía percibe su marido (unas 80.000 pesetas) y que el juez le ha otorgado a ella. En todo ese tiempo Antonio Esteban ha estado preso.La recuperación física de Antonia ha sido prodigiosa: a los cinco días del tiro ya estaba en pie y concedía una entrevista a EL PAIS. Pero todavía tiene un trozo de metralla en el cerebro, se marea y sufre episodios de desorientación. Ahora espera que una operación de cirugía estética restaure su cráneo, que ha quedado hundido en una zona.

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La abogada de Antonia solicita que el Estado le pague, como responsable civil subsidiario, 21 millones de pesetas. Pelleraz argumenta que el presunto parricida siempre llevaba el arma reglamentaria encima por exigirlo su trabajo. "Si el Estado no le obligase a llevar siempre el arma encima, en vez de dispararle le habría tirado un jarrón".

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