ELECCIONES VASCAS

Dentro de un orden

Este donostiarra ha aprendido el respeto a sus oponentes a través del conocimiento de sus problemas

La barba impecablemente recortada y poblada de nubecillas decimonónicas, los ojos verdes, zumbones. Viste de clásico sin complejos y es de los que no se quitan la corbata -"Tú te la pusiste a los tres meses", suele decirle su jefe, José María Aznar que, en comparación con él, es un descamisado-, ni siquiera para las fotos populistas. Todos coinciden en que Jaime Mayor Oreja es un señor que no vende más burras que las estrictamente necesarias, al menos a quien le conoce de antiguo. Y a estas alturas, le conoce mucha gente.Aparte de sobrino de Marcelino Oreja de toda la vida, desde que ingresó e...

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La barba impecablemente recortada y poblada de nubecillas decimonónicas, los ojos verdes, zumbones. Viste de clásico sin complejos y es de los que no se quitan la corbata -"Tú te la pusiste a los tres meses", suele decirle su jefe, José María Aznar que, en comparación con él, es un descamisado-, ni siquiera para las fotos populistas. Todos coinciden en que Jaime Mayor Oreja es un señor que no vende más burras que las estrictamente necesarias, al menos a quien le conoce de antiguo. Y a estas alturas, le conoce mucha gente.Aparte de sobrino de Marcelino Oreja de toda la vida, desde que ingresó en la UCD, en 1977, ha sido, entre otras cosas, consejero de Turismo, diputado y delegado del Gobierno en el País Vasco durante la transición de los socialistas: una época durante la cual los violentos de Euskadi le arrojaron una granada y murieron varios amigos suyos.

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"Cómo te pusimos, de misas". Le recuerda a la cronista, con humor, la campaña del 89, en la que su tío Marcelino iba de candidato europeo por las tierras de España, mientras él le llevaba la prensa, en lo que fue un experimento fallido para probar al actual comisario europeo como sustituto de Fraga cuando la refundación. Entre mitin y reunión, los Oreja rezaban mucho. "Admiro a mi tío, sobre todo por su influencia decisiva en los procesos de unificación del centro y la derecha", dice, hoy, Mayor Oreja. En aquel año, él acababa de volver a la política, que abandonó en septiembre del 86, después de que le saliera mal, precisamente, su intento de organizar, con lo que había, una derecha futurible como la que hoy se pasea garbosamente por las calles de Euskadi.

Donostiarra de 43 años, casado y con 4 hijos, Jaime Mayor Oreja vuela por cuenta propia. Dicen que su paso por la sede de Génova lo ha devuelto con conchas e instinto matador del que antes carecía: "Es posible que sí, que haya empeorado con la edad", reconoce, falsamente compungido. De todas formas, le queda cierta ingenuidad, que le permite atravesar sin cautela el vestíbulo de un cine de Llodio en el que, muy cerca del anuncio de un acto del PP, se encuentra el cartel de Asesinos natos, la última de Oliver Stone.

De los tiempos en que no hizo política, esos tres años en los que estuvo en Eulen -empresa de servicios en la que ingresó por recomendación de Rodolfo Martín Villa-, le queda la nada despreciable noción de que uno puede irse, y el mundo no se hunde. "Puede que mis compañeros, entonces, no me comprendieran, pero nunca vieron cosas raras en mi actitud. Porque una de las cosas malas que tienen los partidos en España", añade, "es que nadie se va, porque no tiene a dónde irse. Por eso se llenan los bolsillos, mientras están. Ésta es una reflexión que hay que hacerse". Otra reflexión, le digo, sería que la derecha, como sí tiene dónde caerse viva, puede permitirse ser honrada. "Es verdad", reflexiona, "pero eso no es excusa".

"Esta no es una, actividad de ineteoros", dice, refiriéndose a la política. "Puedes avasallar en dos meses, pero lo tienes que hacer a tal ritmo y aplastando a tantas personas, que acabas arrollándote tú". A paso lento va él, y por eso no entiende que el inefable Arzalluz le haya calificado como "un piernas que va de siete machos". "¿Siete machos, yo? Si me hubiera llamado apocado, o cobarde-". Con su terno azul oscuro, sus mocasines negros y los puños de la camisa siempre impecables, siempre a la vista, Mayor Oreja es, sin embargo, un tipo bastante desarreglado, que en el apartamento de parlamentario que mantiene en Vitoria -su casa y su familia están en Madrid: otro reproche del PNV- observa un glorioso desorden. Sobre la mesa del comedor, multitud de papeles, un resto de champú que alguien le ha traído porque se ha quedado sin, y un collar rojo de su hija.

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De marca es él, por decirlo de algún modo. Una marca desprestigiada en otro momento, y bastante desconocida. Sólo hace unos diez años le descubrieron gente como Mario Onaindía y Eguiagaray -y él les descubrió: así se han ignorado mutuamente los políticos opuestos en Euskadi, así se ha ido retrasando la convivencia-, con motivo de una invitación a viajar por Estados Unidos. "Durante el viaje en avión, Mario me contó lo mal que lo pasó él entre el 68 y el 74, y yo le narré mis tragedias del 77 al 82". De aquel encuentro con sus opuestos quedan una foto y el principio del respeto.

Su discurso, sobre todo si se le escucha después de Álvarez Cascos, no es de tiburón, sino de conversador bastante apacible. Además de apreciársele matices en la cosa de la reinserción, tiene el buen sentido de confesarse preocupado por los estragos que el régimen de Montignac está causando en su partido, en donde hasta el propio Aznar se encuentra fascinado por los consejos del autor de Cómo adelgazar en comidas de negocios. El mantiene con mimo su figura corpulenta y redondeada, de amable vividor, dentro de un orden.

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