SÉPTIMA JORNADA DE LIGA

Sarriá viste al Madrid de líder

El Español entregó el partido en el primer tiempo y se recompuso en el segundo

Sarriá se tiñó de blanco, y el Madrid salió vestido de líder. Fue un triunfo limpio en la grada y en el campo. El grupo de Valdano levitó largo tiempo por las trincheras de Camacho, y la hinchada merengue salió para casa bandera en mano. El campo del Español fue siempre feudo del madridismo en Cataluña y hoy ser del Madrid en Barcelona ya no es una heroicidad. El Español simplemente se suicidó. Regaló medio partido al contrario. Quiso confesarse en la reanudación y ya era tarde.El Madrid ha recuperado el poder de intimidación. Salió el Español muy acobardado. Pareció, por un momento, que el gr...

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Sarriá se tiñó de blanco, y el Madrid salió vestido de líder. Fue un triunfo limpio en la grada y en el campo. El grupo de Valdano levitó largo tiempo por las trincheras de Camacho, y la hinchada merengue salió para casa bandera en mano. El campo del Español fue siempre feudo del madridismo en Cataluña y hoy ser del Madrid en Barcelona ya no es una heroicidad. El Español simplemente se suicidó. Regaló medio partido al contrario. Quiso confesarse en la reanudación y ya era tarde.El Madrid ha recuperado el poder de intimidación. Salió el Español muy acobardado. Pareció, por un momento, que el grupo local quería discutirle la hegemonía con el cuero al rival. Falsa impresión. Lo que sucedía era que no sabía cómo moverlo. No aguantó ni media hora. Fue el Madrid más real que nunca. Escapó del camerino a por el triunfo sin tibiezas mientras el contrario manejaba dos resultados. Tejió el colectivo blanco un fútbol dulce y cortés, de mucho cuerpo, de área a área. No acusó el absentismo de Laudrup, encarcelado en el ombligo del terreno por Kuznetsov, porque la solidaridad del plantel le permitió abrir mucho el campo, para deleite de Martín Vázquez y Amavisca.

Viajaba siempre la bola por 'bajo, a ras de hierba, sobre el paso, de pie en pie hasta que la mirilla dibujaba el marco. Entonces Zamorano cargaba con los zagueros hasta el pico del área y aparecía el toque de los interiores para la carrera de Amavisca. El joven internacional abrió la zaga españolista por el lado de Mendiondo. Amavisca tuvo siempre un descaro ofensivo, un sentido del gol, desacostumbrados en un delantero español. Suyos fueron los dos goles. En el primero puso el lazo a un regalo de Martín Vázquez y en el segundo a otro de Laudrup.

Las apariciones del danés jamás son intrascendentes. Parece como si se lo hubiera tragado la tierra, y de golpe asoma su flequillo de ángel, inclina su culo ya caído y deja caer una pelota prefiada de gol. Seguro que en Sarriá había ayer algún culé camuflado para guiñarle el ojo.

El Español fue un espectador del fútbol madridista. No llegó nunca a la cueva de Buyo en el primer tiempo. Quiso salvar la presión blanca con un juego corto y de toque muy espantado que provocó, la pérdida reiterada del balón. No dispone Kuznetsov del juego táctico del ausente Brnovic. Bien puesto en el campo, no tuvo el Madrid problemas de suministro para arracar su fútbol de ataque ni tarea defensiva que cumplir. Le sobró confianza.

Camacho debió de romper alguna taquilla en el descanso, El Español salió muy guerrillero, y el Madrid se asustó. Tuvo miedo de mancharse el frac cuando el rival se le tiró a la pajarita. Echó de menos el grupo de Valdano un futbolista con presencia para rearmar a la tropa mientras enfría la contienda. Tiene buena pinta el equipo, pero no está preparado aún para todos los momentos por los que discurre un partido. Conoce cómo hay que madurar un partido y, sin embargo, no sabe cómo defenderlo. Dispone, eso sí, de un candado que permite al grupo jugar siempre sin mirar atrás. Buyo impidió ayer una gesta blanquiazul.

El portero replicó a la artillería blanquiazul con dos paradas de mérito. Estuvo el Español muy puesto, muy rudo, muy valiente. Camacho apostó con los cambios y el colectivo se reactivó con la garra de lotov y el zapatazo de Raducioiu. El grupo blanco no parecía capaz de reco mponer el andamiaje hasta que Valdano retocó las líneas.

El atrevimiento de Sandro y la picaresca de Butragueño calmaron el entusiasmo local, y el partido volvió a sus orígenes. Zamorano y Michel, pudieron echar la persiana, pero erraron y dejaron para Raducioiu una bala en la recámara que Buyo convirtió en un disparo de fogueo.

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