Tribuna:

'Obrigado', Mazinho

Confirmado su excelente trabajo en el puente de mando del Valencia, en Mazinho se perfila una doble identificación: con él, la Liga encuentra una de sus figuras indiscutibles y el fútbol reproduce uno de sus modelos más infrecuentes. Sus dos últimos partidos indican que no es precisamente uno de esos primeros actores que se pasan la vida gesticulando ante el espejo, obsesionados por la brillantez personal; es, sobre todo, el hombre que entiende su papel como un problema global y asume la responsabilidad de armar un equipo a su alrededor.La historia del fútbol no siempre ha sido justa con algun...

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Confirmado su excelente trabajo en el puente de mando del Valencia, en Mazinho se perfila una doble identificación: con él, la Liga encuentra una de sus figuras indiscutibles y el fútbol reproduce uno de sus modelos más infrecuentes. Sus dos últimos partidos indican que no es precisamente uno de esos primeros actores que se pasan la vida gesticulando ante el espejo, obsesionados por la brillantez personal; es, sobre todo, el hombre que entiende su papel como un problema global y asume la responsabilidad de armar un equipo a su alrededor.La historia del fútbol no siempre ha sido justa con algunos de sus grandes estrategas. Los astros solitarios, esos tipos que, enfundados en su piel de goma, juegan siempre su propio partido serán recordados con tanta devoción como los grandes caudillos. Y, sin embargo, los primeros son un hombre multiplicado sucesivamente por sí mismo, y los segundos, un hombre multiplicado por diez.

Decía Didí que, si admiró a Pelé por su flexible genio de leopardo, veneró a Di Stéfano por su inflexible competencia de mariscal. El primero era sencillamente una lumbrera, y el segundo era un ejército de invasión. Enfrentarlos es absurdo: la luz no puede compararse con el sonido. Sin embargo, es legítimo meditar sobre sus utilidades. Iluminado por sus fogonazos de brea, el primero marcaba siempre el gol del año; gobernado por el sentido común, el segundo prefería interpretar el juego, dar cuatro gritos, echarse el equipo a la espalda, y llevarlo, como si formara parte de su cuerpo, hasta la línea de gol.

Recién llegado de los Estados Unidos, Mazinho no se ha escondido bajo el título mundial, a la espera de que le llegue la inspiración. Firmar los mejores goles sobre el agua de la Albufera le ha parecido un trabajo insuficiente. Lo que él de verdad quiere es hacer del Valencia un equipo campeón. Luego, cederá el escenario a Mijatovic y dividirá su. propia gloria por diez.

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