Editorial:

Quebec, indeciso

GANÓ EN Quebec quien iba a ganar, pero no por tanto como creía. Como predecían las encuestas, la fuerza nacionalista del Canadá francófono, el Parti Quebecois, ha obtenido una clara victoria parlamentaria, cerca de 80 escaños contra menos de 50 para el Partido Liberal, que llevaba nueve años gobernando la belle province. Muy otras son, sin embargo, las cuentas en lo tocante al voto popular. Menos de un punto, entre 45% y 44%, separa a los vencedores de los derrotados.El diagnóstico de las urnas, en consecuencia, es el de que las cosas están complicadas para que el líder nacionalista, Ja...

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GANÓ EN Quebec quien iba a ganar, pero no por tanto como creía. Como predecían las encuestas, la fuerza nacionalista del Canadá francófono, el Parti Quebecois, ha obtenido una clara victoria parlamentaria, cerca de 80 escaños contra menos de 50 para el Partido Liberal, que llevaba nueve años gobernando la belle province. Muy otras son, sin embargo, las cuentas en lo tocante al voto popular. Menos de un punto, entre 45% y 44%, separa a los vencedores de los derrotados.El diagnóstico de las urnas, en consecuencia, es el de que las cosas están complicadas para que el líder nacionalista, Jacques Parizeau, afronte con posibilidades de éxito el referéndum que en la campaña electoral había prometido convocar en el plazo de un año a fin de que la provincia pida la independencia de Canadá.

En 1980, el entonces líder federalista, Pierre Elliott Trudeau, perfecto representante de una nacionalidad constitucional que jamás ha llegado a materializarse, basada en la fusión de sus dos culturas principales, la anglófona y la francófona, obtuvo la victoria en un referéndum consultivo sobre la continuidad de la unión canadiense.

En aquella ocasión, el sí a la separación de Quebec -difuminada bajo el nombre de Soberanía-Asociación, que le quitaba hierro semántico al término independencia- fue derrotado por un claro 60 a 40. Ello significaba que además del 20% de anglófonos de la provincia, que votaron supermayoritariamente por el mantenimiento del federalismo, al menos la mitad de los francófonos se negaron a destruir Canadá.

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Contrariamente a lo que los nacionalistas daban' por descontado, estas elecciones regionales han sido básicamente eso, regionales. Los elementos que han prevalecido parecen haber sido de orden económico: bienestar, desempleo, desarrollo. No ha habido, pues, una especie de plebiscito anticipado. Pero, en cualquier caso, ese 44% de voto favorable al Partido Liberal, frontalmente contrario al independentismo, más los restos correspondientes a partidos menores, dan una mayoría suficiente al federalismo para no temer en el futuro más inmediato la eventualidad de un referéndum que pueda poner en peligro la unidad federal. El escenario resultante es el siguiente: victoria clara a corto plazo para el Parti Quebecois, pero expectativas mucho menos brillantes a medio término. Y confirma la impresión de que el partido es más nacionalista que su electorado.

Eso no significa, sin embargo, que la precariedad institucional con que deambula la federación canadiense haya resuelto sus problemas. La insatisfacción quebequesa con la marcha del apaño federal es cierta. Y el resultado poco alentador para las aspiraciones nacionalistas de la consulta puede contribuir, en cambio, a exacerbar las tensiones en la federación. La búsqueda y delimitación del adversario es una tentación bien conocida de las naciones sin Estado y, si el Estado recipiente, por su parte, considera que ha llegado al límite máximo de las concesiones institucionales a la nacionalidad inquieta, nos hallaremos con ello ante una implacable receta para la inestabilidad política.

El problema canadiense no queda ni mejor ni peor resuelto por el resultado de las elecciones de Quebec. Los nacionalistas de Parizeau parece que no avanzan, pero eso en modo alguno implica que los federalistas de Daniel Johnson en la provincia y de Jean Chrétien en el marco general canadiense parezcan en condiciones de ofrecer un marco nuevo que a la vez acomode el derecho a la diferencia de los francófonos, sin azuzar con ello a la mayoría anglófona, tradicionalmente incapaz de pensar un Canadá naturalmente bilingüe, tan francófono como anglófono. Ése fue en los años setenta el gran designio de Trudeau. Hoy esa generosa visión parece, ya difícilmente viable.

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