Tribuna:

Descompresión

Vuelves a tu ciudad y nada ha cambiado. De acuerdo, ya eres demasiado mayor como para esperar novedades, pero siempre hay algo de fastidioso en comprobar que el paréntesis veraniego no ha sido utilizado por nadie de los que te hacen la vida imposible para meditar en lo inapropiado de su conducta. Ahí está González, amenazando a los españoles con no irse nunca. Ahí sigue Aznar, insistiendo en sus deseos de convertirse en califa en el lugar del califa. Ahí continúan los agudos humoristas del programa de Luis del Olmo, haciendo troncharse de risa al taxista que te lleva al lugar en el que te gana...

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Vuelves a tu ciudad y nada ha cambiado. De acuerdo, ya eres demasiado mayor como para esperar novedades, pero siempre hay algo de fastidioso en comprobar que el paréntesis veraniego no ha sido utilizado por nadie de los que te hacen la vida imposible para meditar en lo inapropiado de su conducta. Ahí está González, amenazando a los españoles con no irse nunca. Ahí sigue Aznar, insistiendo en sus deseos de convertirse en califa en el lugar del califa. Ahí continúan los agudos humoristas del programa de Luis del Olmo, haciendo troncharse de risa al taxista que te lleva al lugar en el que te ganas la vida...Tal vez el regreso a la vida real es demasiado brusco y lo que se impone entre la ciudadanía sensible o proclive a la melancolía es un proceso de descompresión. ¿No les dan metadona a los heroinómanos para que se les haga menos dura la vuelta a la sobriedad? Todo español que no sea una acémila integral (o que no haya pasado un verano tan espantoso que le haga interpretar la vuelta al trabajo como una bendición divina) necesita una descompresión. Yo la he encontrado en las canciones de un colombiano melenudo que se llama Carlos Vives. Escuchando su disco Clásicos de la provincia, una colección de cumbias y vallenatos pasados por el tamiz del rock and roll mestizo, he notado que dejaba de oír a González, a Aznar y a los hilarantes comentaristas políticos a sueldo de Luis del Olmo. También he notado que perdía de vista las calles de mi ciudad y me veía, de repente, rodeado de suntuosas mulatas en alguna playa del Caribe. El proceso de descompresión aún no ha terminado. Todavía me cuesta adaptarme a lo que me rodea. Pero no quiero ni pensar en lo mal que podría encontrarme si no llega a ser por el bueno de Carlos Vives, un amigo para lo que haga falta.

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