Editorial:

México cambiante

MÉXICO HA votado y todos los resultados iniciales indican que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha salido de nuevo victorioso, esta vez con su candidato presidencial, Ernesto Zedillo, que sustituyó al asesinado Luis Donaldo Colosio. Con el 47% de los votos, las primeras estimaciones daban una ventaja ya insuperable a Zedillo sobre el candidato de la derecha tradicional del Partido de Acción Nacional, Diego Fernández de Cevallos, con el 31%, y sobre el 15% de Cuauhtémoc Cárdenas, del izquierdista Partido de la Revolución Democrática.Ha ganado el partido de siempre, el que lleva más ...

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MÉXICO HA votado y todos los resultados iniciales indican que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha salido de nuevo victorioso, esta vez con su candidato presidencial, Ernesto Zedillo, que sustituyó al asesinado Luis Donaldo Colosio. Con el 47% de los votos, las primeras estimaciones daban una ventaja ya insuperable a Zedillo sobre el candidato de la derecha tradicional del Partido de Acción Nacional, Diego Fernández de Cevallos, con el 31%, y sobre el 15% de Cuauhtémoc Cárdenas, del izquierdista Partido de la Revolución Democrática.Ha ganado el partido de siempre, el que lleva más de seis décadas gobernando México. Y lo hace entre denuncias de fraude de la oposición, como ha sucedido también siempre. Y, sin embargo, estas elecciones han sido muy distintas a todas las anteriores en este gran país y sus consecuencias deben serlo también. Muchas denuncias de irregularidades serán probablemente ciertas. Pero todos los observadores coincidían ayer en que éstas no han cambiado significativamente el resultado y en que estos comicios han sido los más limpios de la historia de México. Esto no es decir mucho, dirán los escépticos. Pero no podrán negar que es un paso considerable en el sentido correcto.

Muy mal haría el PRI si, acostumbrado su aparato a actuar con impunidad, privilegios, falta de control y corrupción, creyera que puede seguir indefinidamente con estas prácticas. Zedillo, al que muchos tachan de burócrata muy lejano del carisma de Colosio, asegura que quiere formar un Gobierno plural en el que tengan sitio personalidades no comprometidas con el aparato. Será, en todo caso, una buena señal que quizá ponga en marcha la profunda enmienda necesaria en los hábitos de este partido.

Pero esto no deberá ser sino el principio de las reformas ímprescindibles para preparar a México en una carrera hacia el siglo XXI que deberá acometer con las profundas contradicciones y los problemas que aquejan al país. No debe caer Zedillo en la tentación de establecer un Gobierno tecnócrata que se dedique a gestionar la riqueza de unos pocos y la miseria de muchos millones.

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El primer día de este año, cuando entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá, la revuelta campesina e indigenista de Chiapas demostraba al Gobierno del presidente Salinas y al mundo entero que las contradicciones sociales acaban estallando cuando son ignoradas con obcecación. No se puede jugar indefinidamente a país rico cuando más de 40 millones de sus habitantes; cerca de la mitad de la población, viven en insultante pobreza. Salinas supo reaccionar al aviso imponiendo unas medidas de control para estas elecciones que evitaran que el vencedor se viera debilitado desde un principio por las dudas sobre su legitimidad, como le sucedió a él en 1988.

Ahora, Zedillo deberá dar a México un Gobierno que sepa dirigir el país sin la arrogancia acostumbrada y con la voluntad y decisión necesarias para crear una cohesión social imprescindible y devolver a los mexicanos una confianza en la democracia minada por años de abusos y engaños. Y la oposición contará con un Partido de Acción Nacional que, con Fernández de Cevallos como candidato, ha hecho una. brillante campaña y se perfila ya como una alternativa al PRI para futuras legislaturas. Sus llamamientos a un reforzamiento de las instituciones de la democracia cuentan sin duda con un gran apoyo en la población mexicana, y el nuevo presidente hará bien en encabezar este proceso.

Para ello tendrá, sin duda, que arriesgarse a un pulso con fuerzas de su partido que intentarán impedir todos estos cambios que amenacen sus intereses caciquiles. Pero es de esperar que el nuevo presidente haya entendido que dichos intereses de miembros de su partido amenazan directamente a las aspiraciones de modernidad y desarrollo de México. Y que si no dirige él esta batalla es muy posible que lo hagan otros por vías no institucionales.

El gran perdedor de las elecciones es el líder del PRD, Cárdenas. Éste se había proclamado, ya antes de las elecciones, como seguro vencedor o víctima de un fraude. No parece muy ecuánime esta postura de anunciar que la única garantía de limpieza es la victoria propia. Cárdenas ya había sido víctima de irregularidades -según todos los indicios, mucho más masivas- en las elecciones de 1988. Ayer convocó movilizaciones contra los resultados. Es de esperar que sean pacíficas. Cárdenas tiene, pese a todo, motivos de satisfacción. Muchos de los cambios en marcha se deben a su pundonor y a sus denuncias. Y el reto de hacer de México un país más justo, más libre, más moderno es de todos, y todos deben asumirlo.

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