Tribuna:

Ya era tiempo

A escasas cinco semanas de las elecciones presidenciales del 21 de agosto, los mexicanos finalmente empiezan a prestar atención a las campañas electorales. Hasta ahora no había sido realmente el caso: el Mundial de fútbol en tiempos recientes, el asesinato de Luis Donaldo Colosio hace cuatro meses, el alzamiento indígena armado en Chiapas a principios del año, habían distraído la atención de lo que debiera ser el centro de la actitud política del país: las elecciones más competidas y más importantes de la historia moderna del país. Ahora, por fin, los mexicanos comienzan a prestarle atención a...

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A escasas cinco semanas de las elecciones presidenciales del 21 de agosto, los mexicanos finalmente empiezan a prestar atención a las campañas electorales. Hasta ahora no había sido realmente el caso: el Mundial de fútbol en tiempos recientes, el asesinato de Luis Donaldo Colosio hace cuatro meses, el alzamiento indígena armado en Chiapas a principios del año, habían distraído la atención de lo que debiera ser el centro de la actitud política del país: las elecciones más competidas y más importantes de la historia moderna del país. Ahora, por fin, los mexicanos comienzan a prestarle atención a lo esencial. Ya era tiempo.Conforme se acercan los comicios, han empezado a surgir una serie de tendencias inquietantes, así como algunas señales alentadoras. La votación será, sin duda, más competida y más justa que antes, aunque eso no significa gran cosa en un país donde el poder nunca se ha transferido realmente por vía de las urnas. Ciertas reformas de última hora -en particular, la creación de un órgano electoral supremo independiente donde el partido de Gobierno y este último carecen ya de una mayoría, automática- y un padrón electoral nuevo y menos defectuoso que en el pasado son avances considerables. Pero en otros ámbitos del proceso electoral, sobre todo en lo que se refiere a la manera absolutamente escandalosa en que el monopolio privado de televisión, Televisa, favorece sin recato al candidato oficial, Ernesto Zedillo, siguen siendo seriamente deficientes.

En consecuencia, la credibilidad de las elecciones mismas permanece desconcertantemente baja, al punto de desconectar a cualquiera. Una encuesta al respecto realizada en tiempos recientes por Alianza Cívica, un grupo de observadores electorales no partidistas, respetados y que han sido asesorados por la unidad de observación electoral de la Organización de las Naciones Unidas, reveló datos inquietantes en esta materia. La encuesta, basada en entrevistas con 9.507 individuos, mostró que el 47% de aquellos que fueron interrogados cree que las elecciones serán fraudulentas. Más del 56% dijeron que o bien el Gobierno o bien el partido dominante, el PRI, sería el responsable del fraude. Peor aún, las dos terceras partes de los encuestados creen que las sospechas de fraude generarán "violencia con ingobernabilidad" o "violencia con represión" después de las elecciones. He aquí el reto central al que se enfrenta México hoy en día: la gobernabilidad.

A partir de 1988, muchos mexicanos llegaron a pensar que los problemas seculares del país podrían ser resueltos si y sólo si se instauraba un sistema político más democrático, caracterizado, entre otras cosas, por la celebración de elecciones limpias. Pero se ha vuelto cada vez más claro para un número creciente de actores, de observadores y de comentaristas que si bien la realización de comicios limpios este próximo 21 de agosto es una condición indispensable para la resolución de los inmensos desafíos que se le presentan al país, no es una condición suficiente. El problema de la gobernabilidad, o de su ausencia, se está volviendo, por primera vez en muchos años, un asunto crucial.

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La elección tendrá lugar en un contexto caracterizado por una recesión económica que data ya de dos años, por un creciente malestar social, y una extensión generalizada de la violencia, relacionada o bien con distintos grupos guerrilleros o bien con el narcotráfico, por divisiones cada vez más agudas dentro de los partidos políticos existentes, y, finalmente, por un desplome de la confianza en las instituciones del país. El año pasado, la economía apenas creció el 0,4%; este año, los resultados no serán mucho mejores, y el empleo sigue cayendo dramáticamente. La presencia de grupos armados se extiende, o, en todo caso, se nota más que antes: además de Chiapas, proliferan informes de brotes guerrilleros en los Estados de Guerrero, Puebla, Oaxaca, Veracruz y Chihuahua.

La violencia relacionada con el narcotráfico también se está diseminando: casi todos los, días, en alguna parte del país se dan balaceras al estilo de la película El Mariachi. El partido en el poder ha sido golpeado por sucesivas riñas entre el candidato asesinado, Luis Donaldo Colosio, y el ex regente de la Ciudad de México Manuel Camacho, y luego entre Camacho y el candidato actual, Ernesto Zedillo. El partido del candidato de centro-izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas, también se encuentra escindido, agobiado por pugnas entre aquellos que, si bien exigen reformas electorales adicionales, parecen estar dispuestos a llegar a un acuerdo en torno a lo que ya se ha logrado, y aquellos que dan la impresión de estar decididos a impugnar los resultados de la elecciones bajo cualquier circunstancia.Por último, el candidato Diego Fernández de Cevallos da la impresión de que o bien no quiere hacer campaña o que su partido no lo apoya. Para un cuasi puntero, ha mostrado una extraña pasividad, limitando su tiempo en campaña a mítines en bastiones del PAN y a reuniones privadas en la Ciudad de México. La renuncia tragicómica del ministro del Interior y principal funcionario electoral, Jorge Carpizo, y el subsiguiente retiro de la misma, no contribuyó mayormente a fortalecer la confianza en el sistema. Carpizo se mostró críptico en las explicaciones de los motivos de su renuncia, se calló por completo en lo que se refiere a las razones de su cambio de parecer y su decisión de mantenerse en el puesto.

Aun con un sistema bien arraigado y que gozara de toda la confianza de la ciudadanía, el reto que enfrenta México hoy sería inmenso. Pero dadas las persistentes suspicacias y la mecánica misma del sistema, éste no es ni mucho menos el caso. Si bien prevalecen amplios desacuerdos entre encuestadores y editorialistas sobre la actual correlación de fuerzas que involucra a los tres principales candidatos, existen sólidas razones para creer que el ganador apenas obtendrá un 40% del voto. Más aún, resulta cada vez más probable que el margen de triunfo de dicho ganador será sumamente estrecho y que muchas de las corrientes políticas identificadas con o que apoyan al líder guerrillero chiapaneco, el subcomandante Marcos, impugnarán cualquier resultado que pudiera favorecer al candidato del PRI, Ernesto Zedillo. Así, el resultado de la elección, aunque pudiera ser manejable en cualquier país, con un sistema electoral antiguo y bien estructurado, y en un contexto de relativa tranquilidad, en México sólo va a agudizar las dificultades que el país ya enfrenta.

No todo es negro, sin embargo.

Una serie de actores claves de la sociedad y de la política mexicana están reconociendo que la situación ha alcanzado una extrema gravedad: de la academia a los rincones más oscuros del sistema de seguridad, de los gloriosos creadores de las fantasías literarias del país hasta los baluartes de sus antiguas tradiciones diplomáticas, de dirigentes sindicales a ex funcionarios de los ministerios de Hacienda, son cada vez más los. mexicanos que comienzan a actuar de manera independiente del Estado para tratar de evitar una catástrofe. Grupos de todos los colores y sabores están surgiendo, y son cada vez más numerosos los mexicanos que están llegando al reconocimiento de que algún tipo de acuerdo nacional entre ganadores y perdedores -tanto de las elecciones como de otras competencias en la vida mexicana- se ha vuelto indispensable para México. Por fin, la construcción de una amplia plataforma de reconciliación nacional, acompañada de un Gobierno de unidad nacional y de un acuerdo de fondo sobre un periodo de transición entre el autoritarismo que remonta a los años veinte de este siglo y la creación de una democracia representativa auténtica, es hoy una posibilidad real, en México. En efecto, ya era tiempo.

Jorge G. Castañeda es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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