Tribuna:

Tic tac

Escribo a 36 horas, ya, del tremendo ultimátum lanzado por Duran Lleida a Felipe González para que concrete el giro autonómico, la única carrera por etapas del calendario ciclista que no acaba nunca. "Los plazos son cortos; quizá tan sólo de horas", había afirmado Duran. A partir de ahí, el mundo entró en suspenso. Me acerco a la ventana: la mañana es gris y aplastada, pero los ciudadanos continúan en sus quehaceres, fatalmente ignorantes del órdago -así lo llaman en el Madrid del mus- lanzado por el dirigente democristiano. 36 horas, ya. ¿Por qué calla Felipe?Estoy inquieto, a qué negarlo. Es...

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Escribo a 36 horas, ya, del tremendo ultimátum lanzado por Duran Lleida a Felipe González para que concrete el giro autonómico, la única carrera por etapas del calendario ciclista que no acaba nunca. "Los plazos son cortos; quizá tan sólo de horas", había afirmado Duran. A partir de ahí, el mundo entró en suspenso. Me acerco a la ventana: la mañana es gris y aplastada, pero los ciudadanos continúan en sus quehaceres, fatalmente ignorantes del órdago -así lo llaman en el Madrid del mus- lanzado por el dirigente democristiano. 36 horas, ya. ¿Por qué calla Felipe?Estoy inquieto, a qué negarlo. Estoy inquieto porque, a diferencia de la gran mayoría de españoles, yo sí sé quién es Duran Lleida. Ese conocimiento me autoriza a ensayar una cierta pedagogía, más somera de lo que yo quisiera realmente y mucho más pálida de lo que merece la compleja cabeza del político leridano. (Tautología: decir Lleida es decir política, seria política, desde Companys hasta nuestro hombre, que lleva la tautología hasta el alto extremo de su propio apellido). Un hombre, describámoslo, que entró en política hace 20 años y que muy repetidamente, y siempre con victoria, ha visto sancionado su punto de vista sobre el mundo por la vigorosa opinión de las masas electorales. Un hombre al frente de un partido que se ha distinguido siempre por sus elaboradas aportaciones intelectuales al debate sociocultural en Cataluña y en Europa toda, hasta el punto de poder ostentar con orgullo la condición de partido de cuadros. Un hombre y su mensaje encaramados por derecho propio al titular mediático, y no, como otros, aupado a ese titular por la escalera de servicio de los favores prestados. Un hombre que inspira -aire fresco y renovado-, mientras los otros conspiran entre el tufo.

Alguien así merece una respuesta.

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