Cartas al director

El poder no corrompe

Pues mira por dónde yo también estoy harto de corrupción. Aunque no quisiera caer en ese lloriqueo demagógico, en eso tan original de "todos los políticos son iguales" o "todos son unos corruptos". Algo que, paradójicamente, siempre acaba siendo un argumento atenuante para los que cometen actos ilícitos. Si bien es justo reconocer las múltiples contradicciones y renuncias inherentes al ejercicio del poder, ello no debería permitir que nadie se burlara de las normas con la excusa de que "hombre, como el poder corrompe, pues yo...".No nos corrompe el poder, sino más bien la instauración en el su...

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Pues mira por dónde yo también estoy harto de corrupción. Aunque no quisiera caer en ese lloriqueo demagógico, en eso tan original de "todos los políticos son iguales" o "todos son unos corruptos". Algo que, paradójicamente, siempre acaba siendo un argumento atenuante para los que cometen actos ilícitos. Si bien es justo reconocer las múltiples contradicciones y renuncias inherentes al ejercicio del poder, ello no debería permitir que nadie se burlara de las normas con la excusa de que "hombre, como el poder corrompe, pues yo...".No nos corrompe el poder, sino más bien la instauración en el subconsciente colectivo de que el poder corrompe a todos. Si corromperse fuese lo normal y Id lógico, si la corrupción fuera una fatalidad humana y todos los políticos iguales por definición, corromperse no sería algo ilegítimo, sino una actitud normal. Para identificar comportamientos corruptos y criminales necesitamos tener el referente de la honestidad; si no admitimos que pueda haber muchos políticos honestos, ¿cómo vamos a identificar y juzgar a los corruptos?En momentos como el que estamos viviendo son humanamente comprensibles las reacciones de cabreo y de desconfianza ante cualquiera que posea algún miligramo del tan denostado pastel del poder. Pero ese lamento, justamente, es lo más inútil. La denuncia, en cuanto se diluye en sospecha universal, no sólo pierde toda su fuerza, sino que se vuelve contraproducente. En vez del discurso apocalíptico de algunos, prefiero el que reclama no perder el foco de los problemas concretos y controlar que la actuación sobre ellos sea intransigente. Pues no se trata de deslegitimar la democracia, sino, justo al contrario, de reforzarla sacando a la luz todos sus cánceres y posteriormente extirpándolos. Con el bisturí mucho mejor que con la aspiradora.Por ello, y porque no desearía caer en esas generalizaciones que precisamente critico, quiero mostrar mi repulsa por este tipo de declaraciones atávicas como ]las que efectuaba Juan Echanove en el EL PAÍS del día 21 de abril pasado. En referencia a los políticos, afirmaba: "Sois unos completísimos hijos de mala madre, de la cabeza a los pies. Sin distinción de razas ni sexos, y, por supuesto, de ideologías. Dimitid todos, o, mejor, estáis despedidos".

No tengo nada personal contra un actor al que admiro; pero sí desearía, desde mi humilde posición, contrarrestar públicamente el discurso fácil de la demagogia. Aquellos cuyo supuesto nivel intelectual les permite tener cierta capacidad de relativización, uno de los bienes más preciosos que nos ofrece el poseer cultura (democrática), tendrían la obligación de promover un discurso más sereno. Y, a la vez, mucho más radical, no en la forma, sino en la voluntad de obtener los fines que persigue. Un discurso que esté más a la altura del fin de los absolutismos intelectuales y de los totalitarismos ideológicos que hoy todos nos apresuramos a proclamar.

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