Editorial:

Fútbol y sangre

CINCO SEGUIDORES ultras del Barça, miembros de una variopinta tropa que se etiqueta como boixos nois, han sido condenados en total a 75 años de cárcel por la muerte, a machetazos, de un hincha del Español. Es importante que el caso no haya quedado impune, pero la condena a estos homicidas no remedia un paisaje manchado por la violencia gratuita. Todas los discursos que puedan hacerse desde la sociología urbana no pueden justificar la más mínima benevolencia hacia estos sujetos que provocan un juego mortal al amparo, estúpido, de una supuesta pasión por el fútbol. Muy supuesta po...

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CINCO SEGUIDORES ultras del Barça, miembros de una variopinta tropa que se etiqueta como boixos nois, han sido condenados en total a 75 años de cárcel por la muerte, a machetazos, de un hincha del Español. Es importante que el caso no haya quedado impune, pero la condena a estos homicidas no remedia un paisaje manchado por la violencia gratuita. Todas los discursos que puedan hacerse desde la sociología urbana no pueden justificar la más mínima benevolencia hacia estos sujetos que provocan un juego mortal al amparo, estúpido, de una supuesta pasión por el fútbol. Muy supuesta porque, a menudo, el banderín del club de sus amores sólo sirve para dar nombre a unas insatisfechas ganas de pelea. De ahí la facilidad con que esos banderines desaparecen en los estadios, donde lucen emblemas fascistas o sectarios que dan un aparente perfume político a sus violentas rabietas.Muchos dirigentes de clubes españoles pensaron en su día que el factor campo podía quedar reforzado con este peculiar y peligroso brazo armado. Los halagos a su fanatismo, la connivencia con sus desmanes e incluso el patrocinio económico dieron alas a estas tribus de insensatos. Cuando se ha advertido que es muy difícil controlar a los grupos fascistas y pandillas criminales que se refugian en su seno... ya ha sido demasiado tarde. Los enrejados de los estadios, los cacheos a la entrada de un partido o las comisiones antiviolencia son iniciativas necesarias. Pero esos mismos dirigentes que cobijaron este fanatismo deben hacer todo lo posible para no seguir alimentándolo con lenguajes agresivos y metáforas bélicas, que se toman al pie de la letra por parte de los individuos más radicales de estos grupos. El bello espectáculo del fútbol, la militancia en un club, la pasión por un equipo, no pueden conjugarse con la sangre.

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