Tribuna:

México, una llanura de sombras

El poeta David Huerta me comunica una bellísima línea de su padre, Efraín Huerta: "Esta temerosa y vibrante llanura de sombras que es nuestra patria". Nada describe mejor a México en este momento. La muerte de Luis Donaldo Colosio tocó fibras que no creíamos tener. Este hombre bueno y decente se movía rápidamente en una dirección comprometida con la transición democrática. Colosio sabía que la limpieza de las elecciones en agosto eran la única garantía, para él, de gobernar efectivamente y cumplir la reforma política tan dramáticamente rezagada -lo estamos viendo- respecto a la reforma democrá...

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El poeta David Huerta me comunica una bellísima línea de su padre, Efraín Huerta: "Esta temerosa y vibrante llanura de sombras que es nuestra patria". Nada describe mejor a México en este momento. La muerte de Luis Donaldo Colosio tocó fibras que no creíamos tener. Este hombre bueno y decente se movía rápidamente en una dirección comprometida con la transición democrática. Colosio sabía que la limpieza de las elecciones en agosto eran la única garantía, para él, de gobernar efectivamente y cumplir la reforma política tan dramáticamente rezagada -lo estamos viendo- respecto a la reforma democrática. El asesinato de Colosio nos ensombrece, nos duele, nos disminuye.Su muerte debió dar pie para que su propio partido le rindiese un homenaje democrático, de acuerdo con el artículo 159 de los estatutos priístas: "En casos de fuerza mayor en que se haga necesaria la sustitución de candidatos de partido... el Comité Ejecutivo Nacional podrá convocar o autorizar que se convoque a una nueva convención de carácter extraordinario y de no ser posible por las condiciones políticas o por el eminente vencimiento de la fecha para el registro legal, dicho comité podrá designar a los nuevos candidatos".

Las excepciones no tuvieron lugar. La regla debió cumplirse. Los tiempos no exigían la precipitación, sino la reflexión. Era la oportunidad para que se manifestaran las personalidades y las corrientes de un partido que no puede reducirse a dos hombres y un fantasma. Sergio García Ramírez, Mario Moya Palencia, Alfredo del Mazo, Enrique González Pedrero, Fernando Gutiérrez Barrios, Bernardo Sepúlveda, Pedro Joaquín Coldwell, María de los Ángeles Moreno, Demetrio Sodi: el PRI no carece de abanderados más apropiados para la inmensa tarea de la transición democrática que el candidato escogido -o designado- Ernesto Zedillo.

Se dirá que Colosio también fue señalado por el dedo. Pero muchos mexicanos pensaron que sería la última vez; y que la democracia, empezando como la caridad, por casa, se manifestaría la. próxima vez en el seno mismo del PRI. Dos dedazos en menos de cuatro meses son muchos dedazos para la ciudadanía en general y para los propios militantes priístas, tratados una vez más como borregos. Si así se trata a los partidarios del PRI, ¿cómo se tratará a la ciudadanía en general, qué garantías habrá de que los peores vicios del partido oficial no se extiendan, otra vez, al proceso entero?

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En todo caso, Luis Donaldo Collosio se comprometió a fondo con la reforma democrática. ¿Lo hará su sucesor en la candidatura? Muchos lo dudan. Sus críticos lo describen como un tecnócrata helado, carente de imaginación política o de emoción popular. Su mirada, dicen, es la que Shakespeare atribuye a "los hombres peligrosos", "la mirada flaca, famélica" (Julio César). No sabe reír; ojalá no esconda colmillos; él mismo admite que los discursos no se le dan. En resumen: no tiene la gracia del gitano.

Lo importante, sin embargo, es conocer, en primer lugar, el compromiso de Zedillo con la reforma democrática; segundo, su capacidad para las lides políticas de un sexenio en que la prioridad será política y ya no económica, y tercero, la cuestión de si su elección sería creíble en la "tenebrosa y vibrante llanura de sombras" que hoy es México. En otras palabras, ¿le da la candidatura de Zedillo la oportunidad de ganar las elecciones a la oposición? Nada lo asegura. El Partido de Acción Nacional (PAN), de centro derecha, ha perdido muchas de sus banderas, arrebatadas y llevadas a la práctica por el Gobierno de Carlos Salinas. Pero le queda la carta que le dio su popularidad perdida: la democracia. El Partido de la Revoluión Democrática (PRD), de entro izquierda, es un partido heroico. Ha perdido a centenares de militantes, muertos en las evitables batallas poselectorales del sexenio salinista. Pero su candidato, Cuauhtemoc Cárdenas, un hombre no muy carismático, aunque absolutamente decente, posee una extraña tendencia a negar sus propios éxitos políticos y a depender de la opinión de sus consejeros más extremistas. ¿Posee acaso una vocación de desastre?

Zedillo, por mal orador que sea, posee un as. Temo que esta vez las elecciones no se van a ganar en mítines o concursos de oratoria, sino en una novedad para México, aunque ya probada mundialmente el debate televisivo. Cárdenas y el candidato panista Ceballos pueden mezclarse mejor con la gente y hacer mejores discursos que Zedillo, pero éste posee el arma de la frialdad mental, la abundancia de argumentos y la evocación computadorizada de datos y estadísticas necesarias para ganar el debate frío en un medio caliente: la televisión. Yo no simpatizo con las ideas que le conozco a Zedillo, su neoliberalismo a ultranza, su criterio monetarista y utilitario, su poca simpatía por la educación popular. Por algo, desde hace dos años, su candidatura fue animada por un magnate mexicano que lo consideré el heredero del adalid conservador mexicano, Lucas Alemán.

Pero Zedillo sí posee la coherencia tajante de los conservadores angloamericanos que impusieron tu filosofía militante en Inglaterra y en Estados Unidos, gracias a la certidumbre del cruzado. Reagan hizo pedazos a Carter, y Thatcher a los laboristas, como Zedillo, en México, puede vencer en debate a sus opositores e impresionar a un auditorio mayoritariamente urbano y requerido, a veces, de seguridad más que de cualquier otra cosa.

La oposición, sin embargo, tiene la oportunidad de aliarse con o sin el PAN en una candidatura capaz de darle la batalla al PRI en todos los terrenos, en la calle, en el campo y en el estudio de televisión. Para ello se necesita un político superior a Zedillo, mejor informado, mejor en el debate, más ducho en el uso de los medios modernos.

Los dos mejores sucesores de Colosio, Manuel Camacho Solís y Jesús Silva Herzog, se autoeliminaron porque jugaron mal sus cartas. Ellos habrían sabido conducir campañías de éxito no sólo para el PRI, sino, dado el caso, para la oposición, para la nación y su futuro. Lástima. En cambio, una candidatura común de la oposición en torno al senador Porfirio Muñoz Ledo o, si abandonasen el PRI, en torno a otra de las figuras que antes mencioné, le daría a la campaña una altura, una resonancia y una credibilidad que dejarían atrás la "llanura de sombras" en que hoy vivimos los mexicanos.

es escritor mexicano.

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