Tribuna:

¡Atención!

La otra noche llegué tarde a casa y todo era silencio en mi calle. Las gentes dormían y reposaban los afanes. Un coche frenó junto a la puerta. Lo observé con la atención vigilante que el desconocido merece en la alta madrugada. Pero enseguida vi que se disponía a aparcar en el hueco y tal circunstancia - me inundó de piedad. Al hombre le esperaban cuatro horas escasas de sueño. En mi calle, tormentosa y transitada, los automóviles sólo pueden aparcar de noche: la diana suena a las ocho y después de esa hora llega la grúa. "Pobre", pensé, cálidamente reconfortado en la calamidad ajena. Todo, p...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La otra noche llegué tarde a casa y todo era silencio en mi calle. Las gentes dormían y reposaban los afanes. Un coche frenó junto a la puerta. Lo observé con la atención vigilante que el desconocido merece en la alta madrugada. Pero enseguida vi que se disponía a aparcar en el hueco y tal circunstancia - me inundó de piedad. Al hombre le esperaban cuatro horas escasas de sueño. En mi calle, tormentosa y transitada, los automóviles sólo pueden aparcar de noche: la diana suena a las ocho y después de esa hora llega la grúa. "Pobre", pensé, cálidamente reconfortado en la calamidad ajena. Todo, pues, estaba en orden. Abrí la puerta. Entonces la oí: "¡Atención, atención, este coche está retrocediendo!". Era un voz de mujer. Alta y metálica. Indagué: no había mujer alguna. Nada se movía, excepto el automóvil, blanco, flamante, tratando de introducirse en el hueco. Y la voz sonó otra vez. Y otra. Y tres más. Estruendosa en la noche. Yo no deliraba, luego comprendí. El coche calló, se apagaron sus luces. El hombre salió, me miró, sonrió.-Lo acabo de sacar del horno. Tiene 12 horas. ¡Y ya habla! Airbag lateral, frenos antibloqueo... ¡Y advierte al transeúnte! Al despistado, al ciego, al niño -y al abuelete. Se-gu-ridad -palmeó rítmicamente sobre la chapa- ¿Qué le parece?

Yo no respondí. Uno va muy cansado por la noche. Uno no tiene ganas de nada. Uno es catalán: apenas di para pensar en otra cosa que en el nuevo frente abierto para la normalización lingüística. Uno es insomne: cada noche lo velan decenas de alarmas desatadas, regueros de pólvora motorizada y cien angelitos más en la ciudad más suciamente sónica de Europa. Ya tiene un angelito más. Luego soñé con un ejército de coches atrapados en el atasco, desgañitándose babélicos ante una masa de ciudadanos tozudamente sordos. Pero fue un sueño muy pobre.

. Qué adelantos.

Archivado En