Tribuna:

La comunicación política socialista

Las dificultades permanentes para la existencia de un diálogo eficaz entre sindicatos y Gobierno no proceden tanto de los límites de unos y otros para modificar sus puntos de vista como de la confusión general que se ha ido creando sobre lo acontecido en los últimos años: no es posible que unos Gobiernos que han incrementado el gasto público hasta el punto en que ahora estamos puedan ser acusados al mismo tiempo de todo lo contrario. Pero esta confusión se ha creado también desde esos Gobiernos que con una mano difundían la creencia -funcional, como veremos- de que estaban realizando una polít...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Las dificultades permanentes para la existencia de un diálogo eficaz entre sindicatos y Gobierno no proceden tanto de los límites de unos y otros para modificar sus puntos de vista como de la confusión general que se ha ido creando sobre lo acontecido en los últimos años: no es posible que unos Gobiernos que han incrementado el gasto público hasta el punto en que ahora estamos puedan ser acusados al mismo tiempo de todo lo contrario. Pero esta confusión se ha creado también desde esos Gobiernos que con una mano difundían la creencia -funcional, como veremos- de que estaban realizando una política liberal y con la otra incrementaban el gasto. Esta gobernación ambigua tenía razones electorales y políticas, las segundas más respetables que las primeras, por cuanto estas últimas respondían tanto al intento de cumplir un programa' como al de tranquilizar las expectativas que se habían hecho los trabajadores en los años de expansión económica. Pero cuando se quisieron cumplir esas expectativas -huelga general por medio-, el signo de la economía ya estaba cambiando: fue una acción forzada y a destiempo que quiso cumplir -sin decirlo- el famoso giro social cuando las condiciones ya no lo permitían.Pero esto no fue lo más grave: lo peor vino luego, cuando de boca hacia fuera siguió vendiéndose un extraño liberalismo en gran parte inexistente -su contenido era esencialmente una negación: no al socialismo histórico- mientras se seguía incrementando el gasto.

Dicho de forma sintética: se vendía como de derechas una política que tradicionalmente se identificó con la izquierda. Habría que recurrir a la creciente flexibilización del mercado de trabajo -"desregulación" para los sindicatos- para constatar medidas gratas a cierto liberalismo, así, como a otras cuestiones que no atañen al tema central del endeudamiento estatal y a la grave situación de impago o de insoportable demora del pago que soportan multitud de empresas que trabajan para el Estado y aquellas otras que indirectamente acusan el proceso.

Sería muy difícil convencer ahora a las bases sindicales y a los trabajadores en general de que una parte sustancial del endeudamiento deriva de una política de gastos de cobertura social en una situación de deterioro general de los indicadores. Imposibilitado el socialismo para echar mano de un discurso más radical por su propia estrategia de limar contenciosos históricos, y agotado, en parte, el intento de conformar a todos sus votantes del 82 -no tanto por imposibilidad objetiva como por esta extraña elección discursiva a que me refiero-, sus políticas económicas se han desplegado huérfanas del apoyo simbólico de la izquierda operante -los sindicatos- y han sido rotuladas como "de derechas" por casi todo el mundo, incluidos los propios Gobiernos que las ejecutaban, aunque éstos de forma más sutil. Probablemente esas políticas contuvieron elementos clásicos de las soluciones conservadoras, aunque aumentaron el déficit y mantuvieron la cobertura social en tiempos muy duros, pero, en la medida en que han sido vendidas como de derechas, la gente ha acabado por creérselo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Se dice con frecuencia que los socialistas no han bajado a la arena a hacer política, pero la realidad es muy otra: han introducido la política en todas sus decisiones, en el afán de incrementar sus apoyos hacia toda la geografía del espacio político, y ese exceso de política ha condicionado con fuerza sus actos de gobierno. Quizá se quiera decir que no han hablado realmente con la gente al decir que no han hecho política, pero esto tampoco es cierto: han hablado con todos, pero de una forma extraordinariamente confusa. A la población le llegaba un discurso muy neutro, moderado y bastante convincente; pero ante los sindicatos los gobernantes se esforzaban en aparecer como liberales furiosos, y ante las patronales, como izquierdistas coherentes, aunque moderados. No es un baile de locos, porque toda esa confusión pudiera tener razones políticas consistentes, y aunque se parezca bastante al proceso de aquel desdichado que miente una vez y después se ve abocado a mentir de por vida, este discurso irregular, ambiguo y tortuoso del que estamos hablando es el discurso de que se han dotado los Gobiernos que han propiciado, con éxito parcial, el intento más ambicioso por modernizar este dificil país.

Se trata de paradojas de la comunicación política: por no explicitar lo que se pretendía hacer, que era una moderada política de izquierdas sin romper nunca con la derecha fáctica al tiempo que se renovaban las estructuras productivas con inevitables medidas que aumentaban a corto plazo el desempleo, por no decir eso se propició, sin quererlo, un discurso inverso, que la oposición de izquierda se encargó de expandir: lo que se quiere hacer es una moderada política de derechas sin romper nunca con la izquierda fáctica -los sindicatos- Era un mensaje que tranquilizaba definitivamente a la banca y a muchos empresarios, y que podía conformar a los sindicatos. No fue exactamente así, pero ese discurso entre oficial y oficioso -"tranquilos, somos de derechas, somos liberales" -funcionó cara al público mientras el Estado continuaba endeudándose en su afán por conformar de obra, que no de palabra, a los sindicatos. Pero lo importante en las batallas de opinión es la palabra, y unas bases sindicales que reciben el discurso citado, que lo creen y que además constatan un cierto deterioro de su capacidad adquisitiva no pueden aceptar que las cosas no sean exactamente como el discurso público más o menos oficial las ha presentado: es una política de derechas, efectivamente. Y sin matices. Y sería inútil que sus propios líderes sindicales dijeran lo contrario, porque ellos también están cazados, cara al público, en la trampa de los meandros discursivos del Gobierno, que se entusiasmó de palabra con las estrategias liberales mientras practicaba una ir regular política proteccionista que desaprovechó las cuestas abajo del tirón económico para ordenar el gasto y repartir las ganancias de la expansión y usó después, en las vacas flacas, más dinero del que se puede usar cuando se va cuesta arriba.

Las paradojas de la comunicación política son intrínsecas a la política misma, pero se agudizan en tiempos como los que corren, en que la barrera entre medidas socioeconómicas de derechas y de izquierdas aparece algo nebulosa, pues si la Thatcher ha convertido a Major en un socialdemócrata, González podría convertir a Aznar en un bolchevique si este último se ve forzado, cuando le toque gobernar, a invertir también su discurso, pues no va a ser fácil para la derecha tomar medidas de derechas sin hacerlas pasar por de izquierdas. Algo de esto ya se pudo entrever en la campaña electoral. Que vayan preparando las maletas los capitalistas, que viene la derecha.

es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense.

Archivado En