Tribuna:

Madame Bovary

De un puñetazo reviento cualquier nariz. Tengo una forma original de mirar a la gente después de endiñarle. Parece como si me diera lástima, pero entonces sólo pienso en Madame Bovary. Y la llamo. Toda la ciudad se ha hecho pensando en mi novia. Hasta Carlos 111 curró para que en Cibeles el pelo de ella remolonee sobre la Puerta de Alcalá. Le digo, Madame, vamos a echar otro viajecito.-¿Otro?

-Sí, otro.

Paramos al primer taxista. Ella lleva una falda blanca que se adapta bien a sus piernas, las deja sueltas y morenas.

-A donde no haya semáforos. No se detenga hasta que yo ...

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De un puñetazo reviento cualquier nariz. Tengo una forma original de mirar a la gente después de endiñarle. Parece como si me diera lástima, pero entonces sólo pienso en Madame Bovary. Y la llamo. Toda la ciudad se ha hecho pensando en mi novia. Hasta Carlos 111 curró para que en Cibeles el pelo de ella remolonee sobre la Puerta de Alcalá. Le digo, Madame, vamos a echar otro viajecito.-¿Otro?

-Sí, otro.

Paramos al primer taxista. Ella lleva una falda blanca que se adapta bien a sus piernas, las deja sueltas y morenas.

-A donde no haya semáforos. No se detenga hasta que yo le avise.

El taxista se metió hace dos años en un Mercedes de seis millones, anduvo tres meses sin hablarse con la mujer, pagó letras, tapicería de cuero y dirección asistida, todo para que ahora Madame encaje el culo y diga: "¡Qué pasada de coche!". Nadie pronuncia como ella esa frase, despejándose la frente de pelos como si cabeceara un balón.

Normalmente nos llevan por la Casa de Campo, pero este taxista se las quiere dar de original y tira por la M-30. Yo los comprendo, a los taxistas. También lo fui. Una vez se me metieron un tío con barbas y un chaval de 13 años. El barbas advirtió al pequeñajo cogiéndole por él cuello: como me vuelvas a decir eso, te rajo. Se creó un silencio incómodo, Como cuando van dos chicos y dos chicas en un coche y alguien se pelea. El chaval iba a llorar, estaba a punto de caramelo, pero el otro le soltó una ostia. Entonces, el niño se lo dijo, le llamó tontaina, y el tontaina sacó una navaja. No rechisté, seguía al volante, cuando el menda se la puso en el cuello. Te rajo el gañote, le gritaba, te lo rajo. Todos en el taxi, incluso él mismo, sabíamos que el tontaina no haría nada. Se abrazaron llorando y salieron tan amigos.

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Por eso me gusta la discreción. No soporto que cuando Madame se desnuda, los taxistas miren por el retrovisor. Es la condición que impongo. A este listillo le he tenido que aplaudir la cara a 100 kilómetros por hora en plena M-30. Al principio quiso pararse y pelear, pero ha comprendido que metió la pata al mirar. Le he pasado mi pañuelo blanco para que se quite la sangre de la nariz. Mi novia se plisa la falda y habla. "Pa habernos matado", dice. Todo merece la pena por esa frase. La realidad trabaja para ella. El taxista asiente.

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