Tribuna:

Témpano

Un chiste dibujado, que el New Yorker publicó después del naufragio del Titanic, muestra ante las. oficinas de la compañía naviera a una masa de familiares que se aleja compungida tras leer la lista de víctimas, mientras un caballero bien vestido, que lleva de una correa a un oso polar, pregunta al empleado de la puerta: "Sí, sí, ¿pero se sabe algo del iceberg?".En la colisión que tal vez hunda la carrera de Michael Jackson, todos nos preocupamos de la salud de los que habrían sido -si se prueban las acusaciones- víctimas de un témpano de hielo, fogoso, sin embargo, en la ducha. El asun...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Un chiste dibujado, que el New Yorker publicó después del naufragio del Titanic, muestra ante las. oficinas de la compañía naviera a una masa de familiares que se aleja compungida tras leer la lista de víctimas, mientras un caballero bien vestido, que lleva de una correa a un oso polar, pregunta al empleado de la puerta: "Sí, sí, ¿pero se sabe algo del iceberg?".En la colisión que tal vez hunda la carrera de Michael Jackson, todos nos preocupamos de la salud de los que habrían sido -si se prueban las acusaciones- víctimas de un témpano de hielo, fogoso, sin embargo, en la ducha. El asunto es llevado por la prensa y la policía con un insólito -y ejemplar- ánimo de protección a los niños supuestamente abusados. Tirada la piedra del recelo, nadie quiere pensar que al otro lado hay, por muy rico y famoso que sea, una persona que se lastima con las mismas armas, se expone a las mismas enfermedades y se cura con los mismos remedios que sus amiguitos (parafraseando un famoso monólogo shakespeariano contra la intolerancia).

No hay duda dé que Jackson deja que los niños se acerquen a él, esa máxima evangélica que los que estudiamos con religiosos pudimos comprobar en la carne lo bien cumplida que era, a marchamartillo, por una buena parte del clero docente. Pero nadie deja que los niños se acerquen a los micrófonos. Sabemos las denuncias por terceros: el padre del niño de Los Ángeles que no pudo rematar un negocio con el cantante, el proxeneta que le habría buscado un niño de la calle en Bucarest. Mientras, otros niños también son protegidos de la publicidad por ser ellos verdugos. Mas ¿quién protege a los niños de sus progenitores, de sus educadores, de sus televisores? ¿Quién nos protege a todos del deseo de lucro, del deseo de mentir, del deseo, que no sólo el adulto siente? ¿Quién impide que un niño haga de un negro el blanco de sus armas de juego?

Archivado En