Tribuna:

Paradojas de una figura

Las paradojas constituyen un hilo conductor en la trayectoria de la vieja líder libertaria. Madrileña de nacimiento -pese a sus catalanísimos progenitores-, residió en la capital de España y, sobre todo, en el interminable exilio de Toulouse muchos más años que en Barcelona, y su obra literaria y política se desarrolló fundamentalmente en castellano. Sin embargo, conservó un acento catalán que era lingüístico y de filosofía.Encarnación en los años treinta, al lado de Pasionaria, de la revolución obrera en España, jamás fue una trabajadora asalariada. Sus "condiciones objetivas" de vida fueron ...

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Las paradojas constituyen un hilo conductor en la trayectoria de la vieja líder libertaria. Madrileña de nacimiento -pese a sus catalanísimos progenitores-, residió en la capital de España y, sobre todo, en el interminable exilio de Toulouse muchos más años que en Barcelona, y su obra literaria y política se desarrolló fundamentalmente en castellano. Sin embargo, conservó un acento catalán que era lingüístico y de filosofía.Encarnación en los años treinta, al lado de Pasionaria, de la revolución obrera en España, jamás fue una trabajadora asalariada. Sus "condiciones objetivas" de vida fueron más bien las de una intelectual pequeño burguesa: novelista, periodista, conferenciante, oradora de mitin, su engarce en el movimiento obrero hubo de hacerse por vía del Sindicato de Profesiones Liberales de la CNT. Ello no deslegitima las convicciones ni el papel de Federica; los realza, en la medida en que surgían de una opción personal.

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Anarquista del ala dura, identificada con la FAI, vulneró, en noviembre de 1936, un principio sagrado de la acracia y aceptó ser ministra en el Gobierno de Largo Caballero. Las circunstancias lo justificaban y aquello para la anarquista fue un sacrificio, y para la feminista una victoria: desarrolló por primera vez una política eugenésica y reglamentó el aborto.

Engullida por la derrota de 1939, reapareció en la vida pública española en 1976, ya no como líder pero sí como puente sobre el abismo de la dictadura. Montseny contribuyó en los primeros anos de la transición a reconstruir en el imaginario colectivo un período -la República y la guerra civil-que el franquismo quiso borrar o falsear.

Polemista temible, fue objeto de grandes polémicas y recibió en su piel las erosiones de un exilio libertario inagotable de querellas, enfrentamientos y escisiones. Tal vez la última muestra de su agudeza la dio en 1982, cuando, tras la victoria del PSOE, declaró: "No son los socialistas quienes han tomado el poder; es el poder quien ha tomado a los socialistas".

Joan B. Culla es historiador.

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