Reportaje:

Los abuelos del "gordo"

Luis Pardiñas y Arsenio Palomino cantaron el sorteo de Navidad hace 43 años

Era un día gélido, encapotado y lluvioso. Nos levantaron a las siete menos cuarto de la mañana y a las ocho atravesábamos la plaza de la Paja, camino de la Puerta del Sol, plaza de Canalejas y Alcalá abajo, a buen paso, enfundados en nuestros impermeables azules. Los vecinos nos recomendaban su número y las vendedoras ambulantes de lotería nos pasaban los décimos por la espalda". Luis Pardiñas, un ingeniero de 56 años, puede recordar cada detalle que vivió aquel 22 de diciembre de 1951.Hace 43 años, exactamente a las 9.55, este niño de San Ildefonso extrajo del platillo cónico de cristal l...

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Era un día gélido, encapotado y lluvioso. Nos levantaron a las siete menos cuarto de la mañana y a las ocho atravesábamos la plaza de la Paja, camino de la Puerta del Sol, plaza de Canalejas y Alcalá abajo, a buen paso, enfundados en nuestros impermeables azules. Los vecinos nos recomendaban su número y las vendedoras ambulantes de lotería nos pasaban los décimos por la espalda". Luis Pardiñas, un ingeniero de 56 años, puede recordar cada detalle que vivió aquel 22 de diciembre de 1951.Hace 43 años, exactamente a las 9.55, este niño de San Ildefonso extrajo del platillo cónico de cristal la penúltima bola del penúltimo alambre de la tabla: ¡el gordo de Navidad! Quince millones de pesetas para el número 2.704, vendido en las administraciones de Puerta del Sol, 8, y Alcalá, 120. Era el primer sorteo que se celebraba sin doña Manolita, pero su hermana, Carmen de Pablo, dueña de la administración de Sol, había repartido suerte y pedía a los periodistas que hiciesen constar en sus reportajes un recuerdo a la famosa lotera fallecida. La mayor parte del premio cayó en el restaurante La Criolla, en la calle de Fuencarral, 73, que ha permanecido abierto hasta el pasado año.

El 2.704 incrementó también el patrimonio del entonces presidente del Consorcio de la Panadería, Baltasar Díaz Cayón, agraciado con un millón y medio de pesetas y que, en un arranque de generosidad, entregó "al camarada Sarriá, delegado provincial de sindicatos, la cantidad de 5.000 pesetas con destino a los trabajadores del gremio de panadería, verdaderamente necesitados", según reflejan los diarios madrileños de la época. Y, casi por los pelos, sacó de estrecheces a cuatro conductores de la EMT, porque Nieves Blanco, la mujer de uno de ellos, encargada de comprar el décimo, estuvo a punto de devolverlo. "Me parecía un número muy feo", contaba a los reporteros, "pero mi marido me dijo que no había que tentar a la suerte".

Junto a Luis Pardiñas se encontraba Arsenio Palomino, que hoy tiene 55 años y es dueño de un taller de fotocomposición. Desde hace más de cuatro décadas no habían vuelto a verse, ya que si Luis Pardiñas es un incondicional de la Asociación de Antiguos Alumnos de San Ildefonso, Palomino no se había vuelto a reunir con sus compañeros desde que abandonó el colegio, en 1952. Ambos recibieron de los agraciados con el gordo en el año 1951 una bonificación de 2.500 pesetas. Una cantidad entonces considerable, que permitió a Pardiñas comprar una máquina de coser a su madre y a Palomino viajar hasta Canarias para asistir a la boda de su hermano.

Pero no todo fueron alegrías en la Navidad de 1951. Pocos días después del sorteo saltó el escándalo: en Sevilla, una administración había vendido más participaciones de las que correspondían a los décimos premiados y muchos de los que se creyeron millonarios vieron peligrar su suerte. El litigio se resolvió finalmente por la orden gubernamental de que se repartiera el premio proporcionalmente al número de participaciones vendidas. A partir de entonces, para evitar sucesos similares, se prohibió que las administraciones oficiales distribuyeran participaciones.

En los años cincuenta, la lotería era para muchos españoles la única esperanza de salir de la pobreza. La radio era la transmisora de estas ilusiones y permitía a los ciudadanos vivir este episodio nacional en directo.

Con los años, las cosas han cambiado bastante. Llegó la televisión, disminuyeron las pedreas y se cambió el sistema de extracción. Sin embargo, para los niños del 51, que hoy son ya abuelos, es el soniquete con que sus compañeros cantan hoy los premios la diferencia más significativa. "Ahora el sorteo es menos vivo, más lento", recuerda Luis. "En nuestra época competíamos incluso para ver quién tardaba menos en cantar una tabla. Si unos tenían el récord en 8,5 minutos, todos tratábamos de rebajar esa marca". Este pique traía de cabeza a los periodistas que tomaban los números al oído. "Nos decían que cantásemos más despacio, pero nosotros íbamos todavía más deprisa".

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El gordo no ha llamado nunca a su puerta, pese a que ambos se suelen jugar más de 100.000 pesetas cada Navidad. Luis tiene una superstición: "Busco las terminaciones en 45, porque ése era el número de mi matrícula en el colegio".

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