Tribuna:

Mercado polítíco de futuros

El sondeo de opinión publicado anteayer por EL PAÍS dibuja para los socialistas un horizonte electoral aún más sombrío que el paisaje auscultado poco antes de la disolución del Parlamento a comienzos del pasado mes de abril: por vez primera, el PP aventaja al PSOE en intención directa de voto. Es cierto que los resultados del 64 rectificaron en beneficio del partido del Gobierno los pronósticos previos, gracias fundamentalmente a la capacidad de Felipe González para darle la vuelta al partido y ganar en el último minuto (o la última semana) los comicios. Pero el cálculo de probabilidades advie...

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El sondeo de opinión publicado anteayer por EL PAÍS dibuja para los socialistas un horizonte electoral aún más sombrío que el paisaje auscultado poco antes de la disolución del Parlamento a comienzos del pasado mes de abril: por vez primera, el PP aventaja al PSOE en intención directa de voto. Es cierto que los resultados del 64 rectificaron en beneficio del partido del Gobierno los pronósticos previos, gracias fundamentalmente a la capacidad de Felipe González para darle la vuelta al partido y ganar en el último minuto (o la última semana) los comicios. Pero el cálculo de probabilidades advierte que el gordo de la lotería no suele tocar dos veces al mismo número y que las bombas nunca caen sobre el mismo hoyo; la historia de los milagros también enseña que las apariciones de la Virgen en unas zarzas guipuzcoanas, una cueva portuguesa o una columna aragonesa excluyen habitualmente a esos escenarios como marco escogido para sus nuevas comparecencias.Si el paso cansino, el tono mortecino y la falta de vibración del nuevo Gobierno transmiten su cuadro depresivo a los ciudadanos, las disputas precongresuales entre los socialistas lanzan mensajes esquizoides al electorado. Sin embargo, todavía es pronto para afirmar que las tendencias apuntadas sean irreversibles. La horquilla temporal de los próximos comicios (entre junio de 1994 y junio de 1997) es amplísima; el cambio de signo del ciclo económico y la creación de empleo podrían mejorar el pésimo humor y la agresiva irritación de los antiguos votantes socialistas.

El dato más seguro y menos controvertido del sondeo es la sólida posición electoral del PP. Mientras que buena parte de los sufragios socialistas del 64 parece escapar hacia la abstención o hacia otras opciones, los populares han consolidado sus excelentes resultados en las generales y han conseguido la lealtad en las urnas de sus ocho millones de votantes. Y si el temblor registrado por el sismógrafo de Demoscopia se convirtiese finalmente en terremoto electoral, el PP podría aspirar incluso a obtener una mayoría parlamentaria que le permitiese legislar y gobernar en solitario.

Desde que Schumpeter mostró las semejanzas entre las elecciones y los mecanismos de oferta y demanda, el análisis económico ha suministrado al análisis político un abundante surtido de metáforas, analogías y enfoques. Siguiendo esa moda, cabría afirmar que el PP es un valor firme y al alza en el mercado político de futuros; cualquier cubridor de riesgo que administrase su cartera con la prudencia de un buen padre de familia no dudaría en invertir en esas siglas. Dado su afianzamiento electoral, el PP, probablemente, hará suya la estrategia de ducha escocesa aplicada por los socialistas durante la legislatura de 1979-1982, alternando las críticas al Ejecutivo con los pactos en el Parlamento. Y esas buenas perspectivas permitirán a los populares desactivar las operaciones orientadas a fabricar artificialmente un tercer partido para descabalgar a Aznar de la presidencia del Gobierno en beneficio de cualquier aventurero.

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