Tribuna:

A la deriva

El Real Madrid pierde con amplitud en Limoges incapaz de llegar a los 70 puntos. El Joventut causa su propio sonrojo en un catastrófico partido en Atenas ante el Panathinaikos y alcanza a duras penas los 60. En Madrid, el Estudiantes es aplastado por un equipo de segunda fila griego, el Peristeri, con dos norteamericanos repudiados en España (Berwald y Norris) y, en un alarde, llega a los 72. Sólo el Barcelona duerme tranquilo por su éxito en el comprometido choque con el Maliñas, campeón de la potente Liga belga.El baloncesto español va a la deriva y no sólo por los últimos resultados allende...

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El Real Madrid pierde con amplitud en Limoges incapaz de llegar a los 70 puntos. El Joventut causa su propio sonrojo en un catastrófico partido en Atenas ante el Panathinaikos y alcanza a duras penas los 60. En Madrid, el Estudiantes es aplastado por un equipo de segunda fila griego, el Peristeri, con dos norteamericanos repudiados en España (Berwald y Norris) y, en un alarde, llega a los 72. Sólo el Barcelona duerme tranquilo por su éxito en el comprometido choque con el Maliñas, campeón de la potente Liga belga.El baloncesto español va a la deriva y no sólo por los últimos resultados allende nuestras fronteras. Entre unos (los entrenadores), otros (los jugadores), los de más allá (directivos), el desinfle de la atención de los medios de comunicación y una educación deportiva en la que la búsqueda del resultado positivo a corto plazo prima sobre el futuro y el espectáculo, el panorama se ha tornado desalentador. Si esta sucesión de derrotas tiene alguna lectura positiva ha de ser la concienciación de la necesidad de un replanteamiento general de unos conceptos que no valen ni siquiera a los equipos que, finalmente, consiguen los campeonatos. ¿De que les sirve al Barcelona, el Joventut o el Madrid anotarse un título si su juego es tan deslucido como para no llevar ni a 5.000 espectadores a su campo?

Nuestro baloncesto aburre a un muerto porque los jugadores se aburren. Todo es especulación, miedo a perder, entrenadores encorsetados, malditas zonas, tanteos de balonmano y apatía generalizada. No es un análisis catastrofista. Es un realidad contrastada en muchas horas de paciente observación a la espera de un destello, una sana locura, algo diferente a la máquina más o menos bien engrasada.

La solución

La solución es más sencilla de lo que parece. Como primer paso, bastaría que, tal que en el fútbol, haya unos cuantos equipos que apuesten decididamente por la creación, la rapidez, el riesgo, la valentía, la potenciación de los jugadores diferentes en lugar de los clónicos. Que se acaben de una vez las defensas que no se basen en una estrategia agresiva, que desaparezcan los insufribles e interminables movimientos de balón para, al cabo de 20 segundos, estar igual que al inicio del ataque. Que se cierre la fábrica de jugadores que no saben qué hacer con la pelota. Que emigren los entrenadores doctrinales, los amantes del sudor por encima del talento, los que prefieren una buena defensa a un buen ataque. Que se dediquen a otra cosa los árbitros incapaces, los que atentan contra el espectáculo, los que quieren llamar la atención.

A todo esto puede echar una mano la organización limitando el tiempo de ataque, prohibiendo las zonas que no sean presionantes, profesionalizando al colectivo arbitral, montando espectáculo alrededor del espectáculo, dando los derechos televisivos no a quien va a dar más dinero, sino a quien va a tratar mejor al deporte... Dada la gravedad de la situación, incluso se podría pensar en primar a los equipos que lleguen a los 100 puntos y sancionar a los que se queden por debajo de los 70.

Estamos tocando fondo. La gente no va a los campos, las audiencias televisivas están a la baja, no salen jugadores y en Europa damos una de cal y diez de arena. La opción es clara. 0 se produce una reconversión profunda o los amantes del baloncesto acabarán desertando como lo están haciendo los simples aficionados.

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