Tribuna:

Fantasmas

Por mucho que se empeñen reformadores y especuladores, urbanizadores y pretores, la ciudad de Madrid permanece fiel a sus esencias y querencias. Ajenos a las maniobras de la especulación, camufladas de cruzadas moralizantes, campañas de salubridad y reformas urbanísticas, los madrileños, nativos y asimilados, y los viajeros avisados confluyeron siempre en el centro de la urbe para pecar a pierna suelta y enredarse en la trampa de la Red de San Luis que tejen incansables peripatéticas.Las mudanzas en Madrid, por muy aparatosas que parezcan, son mínimas. Ya no pasea por el Prado lo más florido d...

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Por mucho que se empeñen reformadores y especuladores, urbanizadores y pretores, la ciudad de Madrid permanece fiel a sus esencias y querencias. Ajenos a las maniobras de la especulación, camufladas de cruzadas moralizantes, campañas de salubridad y reformas urbanísticas, los madrileños, nativos y asimilados, y los viajeros avisados confluyeron siempre en el centro de la urbe para pecar a pierna suelta y enredarse en la trampa de la Red de San Luis que tejen incansables peripatéticas.Las mudanzas en Madrid, por muy aparatosas que parezcan, son mínimas. Ya no pasea por el Prado lo más florido de la corte, pero en su prolongación de Recoletos y en los bulevares de la Castellana el ritual exhibicionista se perpetúa en las terrazas veraniegas. Cómicos, bohemios, toreros, estudiantes y guiris siguen cruzando el barrio de las Musas y de las Huertas, y en Malasaña y el Barquillo, en Lavapiés y Embajadores, majos, chisperos y manolos de nuevo cuño hacen la ronda nocturna de los garitos y de las tabernas, ahora pubs y baretos.

Una legión de discretos pero alegres fantasmas custodia a los noctámbulos en sus esforzadas peripecias; embozados caballeros y damas veladas siguen sus pasos por los callejones y las plazuelas de la villa. Ectoplasmas incógnitos y galantes, duendes traviesos y trasgos juguetones, en invisible y animosa compañía, escoltan a los noctívagos en sus etílicas y lúdicas excursiones.

No abundan en Madrid los fantasmas homologados y catalogados al británico modo, pero uno de los escasos entes fantasmagóricos debidamente documentados era una dama blanca que, antorcha en mano y larga melena al viento, solía pasear por los tejados de la Casa de las Siete Chimeneas, nobilísimo edificio que contó entre sus arquitectos a Juan Bautista de Toledo y a Juan de Herrera. La dama en cuestión hizo mutis por el foro cuando su palacio fue reconvertido en oficina bancaria y no ha vuelto a manifestarse, que se sepa, pese a que su morada forme parte actualmente de las dependencias del Ministerio de Cultura.

El ministerio, cada día más espectral, ocupa también los solares del antiguo Circo Price y hay quien afirma que, pese a la modernidad del edificio, sigue circulando por sus pasillos una turbamulta de fantasmas: pálidos payasos, de nómina o en procura de subvención, funámbulos, trapecistas, contorsionistas y fieras desdentadas a la caza de un domador que las fustigue, pero que las sustente.

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