Tribuna:

Artistas de hoy

"Y el arte, ¿a quién se lo dejamos? ¿A la policía?", contestaba la pintora Layla al Attar al compatriota iraquí exiliado que la instaba a abandonar su país. Hablaba Layla poco antes de que un misil acabara con su vida y la de su marido, en el penúltimo ataque norteamericano contra Bagdad. Un misil impreciso, un imponderable; un trazo equivocado, pero marginal, en el gran retablo de dolor y muerte que están trazando los auténticos artistas de nuestro tiempo. Los artistas... Colin Powell, por ejemplo. Debería sonarles ese nombre: hoy por hoy es una cima estética absolutamente mayúscula. Él organ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

"Y el arte, ¿a quién se lo dejamos? ¿A la policía?", contestaba la pintora Layla al Attar al compatriota iraquí exiliado que la instaba a abandonar su país. Hablaba Layla poco antes de que un misil acabara con su vida y la de su marido, en el penúltimo ataque norteamericano contra Bagdad. Un misil impreciso, un imponderable; un trazo equivocado, pero marginal, en el gran retablo de dolor y muerte que están trazando los auténticos artistas de nuestro tiempo. Los artistas... Colin Powell, por ejemplo. Debería sonarles ese nombre: hoy por hoy es una cima estética absolutamente mayúscula. Él organizó aquel fresco luminoso sobre la noche de Bagdad, atrevido y rupturista, más allá ya de cualquier ismo; él es el único hombre capaz de trazar, fijense, a partir de dos barcazas, una en el mar Rojo y otra en el golfo Pérsico, de trazar, digo, dos hermosas parábolas de fuego y acero que revientan la inteligencia -la inteligencia toda- de Bagdad, la ciudad dormida, la ciudad confiada que recibe de pronto el espoletazo pedagógico, vigorizante del arte. Powell: qué inmenso futurista.La muerte como obra de arte. La muerte que en Sarajevo avanza cercando los últimos reductos del viejo, desplazado arte de la palabra impresa que con obstinación patética todavía defienden las gentes del diario Oslobodenje; la muerte que en la silenciosa guerra civil de Argelia va eliminando uno por uno los últimos intelectuales no islamistas; la muerte, en fin, de Layla: el misil y el garabato, comparen.

¿El arte, su función social?: bastan dos docenas de misiles una noche para que el presidente de Estados Unidos de América vea crecer en un 10% el aprecio de sus conciudadanos. ¿Qué pincel, qué pluma hubiera sido capaz de ello? ¿Por qué pintamos todavía, Layla?

Archivado En