Tribuna:

La triste mirada del genio

Una vez sacado el máximo provecho a su partido contra Suecia (rodaje oficial, toma de contacto, descongelación de las muñecas, demostración pública del buen ambiente exterior e interior, etc.) Mirza Delibasic nos espera. Al frente de la recién formada selección bosnia, la triste mirada de Mirza (es la cara de la desgracia) entrará en nuestras casas. Nadie se merece que la vida le trate así, y menos una humanidad como la de Delibasic.Mirza trajo la modernidad baloncestística a Madrid y a pesar de su marcha, hace ya 10 años, nadie que asistiese a sus lecciones (las de mus incluidas) las ha olvid...

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Una vez sacado el máximo provecho a su partido contra Suecia (rodaje oficial, toma de contacto, descongelación de las muñecas, demostración pública del buen ambiente exterior e interior, etc.) Mirza Delibasic nos espera. Al frente de la recién formada selección bosnia, la triste mirada de Mirza (es la cara de la desgracia) entrará en nuestras casas. Nadie se merece que la vida le trate así, y menos una humanidad como la de Delibasic.Mirza trajo la modernidad baloncestística a Madrid y a pesar de su marcha, hace ya 10 años, nadie que asistiese a sus lecciones (las de mus incluidas) las ha olvidado. Su elegancia nos hizo disfrutar durante dos años de su natural y prodigiosa naturalidad para este deporte. La vida le hizo un tenebroso guiño en sustancia en Caserta, donde esperaba pasar el último tramo de su carrera. Allí se acabó el Delibasic jugador.

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En pleno proceso de reintegración a la vida normal, Delibasic visitó Madrid para recoger un merecido premio a su contribución deportiva. La guerra devastaba Yugoslavia, pero no había llegado aún Sarajevo, la preciosa Sarajevo, donde Mirza ha sido siempre un héroe popular. "No creo que nos alcance. Nos daremos cuenta antes de que estamos locos luchando entre nosotros", comentaba durante una comida de viejas glorias. Mirza, siempre bien pensado, siempre ingenuo, no acertó. Ahora su única preocupación es la supervivencia de familiares y amigos (más que la suya propia).

Ahora dirige a Bosnia, aferrado a la vida después de ver la muerte tan cerca. El baloncesto, su gran pasión, es la única vía de escape que les queda a él y a sus jugadores. Pequeña vía para un montón de ojos a los que la cerrazón humana les ha mostrado la peor de las pesadillas. Con la imagen de la desgracia de miles de personas siempre presente en sus retinas, el equipo bosnio intentará dar una sensación de normalidad. Una sensación que se viene abajo con una sola mirada a los ojos de un genio llamado Mirza.

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