Tribuna:ELECCIONES 6 JUNIO

La solucion de Bertolt Brecht

Tras las protestas berlinesas de la primavera de 1953 y su brutal represión por las autoridades comunistas de la República Democrática Alemana, Bertolt Brecht se preguntaba retóricamente en un poema satírico si la mejor solución para los problemas planteados por la revuelta no sería que el Gobierno de Walter Ulbricht disolviera el pueblo y eligiese uno nuevo. Las gentes de buena fe creerán que este tipo de sarcasmos sólo es aplicable a las dictaduras, que impiden a los ciudadanos nombrar a sus gobernantes a través de las urnas; un sistema democrático, cuyos procesos electorales están judicialm...

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Tras las protestas berlinesas de la primavera de 1953 y su brutal represión por las autoridades comunistas de la República Democrática Alemana, Bertolt Brecht se preguntaba retóricamente en un poema satírico si la mejor solución para los problemas planteados por la revuelta no sería que el Gobierno de Walter Ulbricht disolviera el pueblo y eligiese uno nuevo. Las gentes de buena fe creerán que este tipo de sarcasmos sólo es aplicable a las dictaduras, que impiden a los ciudadanos nombrar a sus gobernantes a través de las urnas; un sistema democrático, cuyos procesos electorales están judicialmente controlados, descansa sobre el fundamento opuesto y garantiza a los votantes la plena libertad para ordenar sus preferencias, administrar sus temores y expresar sus rechazos.Sin embargo, se equivocan esos ingenuos. Dando la razón a la frase publicitaria acuñada bajo el franquismo por el ministro Fraga y sus asesores (algunos visten hoy los hábitos de esa nueva orden de predicadores que dicen defender frente a un Gobierno democrático las mismas libertades que sofocaban cuando servían a la dictadura), España es diferente. El dicho marxiano según el cual las tragedias suelen repetirse en la historia como farsas también se confirma en este caso: los malos perdedores pretenden aplicar a nuestra monarquía parlamentaria la fórmula brechtiana ideada para un régimen autoritario.

Resulta así que algunos publicistas han reaccionado ante la cuarta victoria consecutiva de Felipe González con una severa sentencia que condena a penas infamantes a los nueve millones de españoles que depositaron el 64 su papeleta en favor del P.SOE. Con el gusto por la simplificación típico del fanatismo, estos nuevos Torquemadas acusan a los electores socialistas de avalar sólo el pasivo de once años de una gestión de gobierno compuesta de aciertos y errores, logros y fracasos, promesas realizadas y ofertas incumplidas. No resulta sencillo distinguir la simple necedad de la mala intención cuando esta implacable inquisición afirma que todos los votantes del PSOE respaldan las prácticas corruptas (ejemplificadas por el caso Guerra o el caso Filesa) y hacen suyo el grito fernandino de ¡vivan las cadenas! El derecho a decir tonterías tiene pleno amparo constitucional; pero esos inciviles sembradores del odio y la intolerancia difícilmente pueden ignorar que muchos electores socialistas detestan la corrupción y empezaron a luchar por las libertades bajo el franquismo.

Esta aguerrida tribu de publicistas oculta ante la opinión su doble condición de juez y parte en los pleitos; su aparente ecuanimidad es simplemente un ejercicio de simulación. Los errores de predicción sobre el comportamiento electoral, producidos por el influjo de los deseos, causan incurables heridas narcisistas a unos pronosticadores supuestamente omniscientes que disfrazan como santa cólera ante la injusticia el vulgar despecho ante la derrota; la tendencia a confundir los malhumorados síntomas del dolor de estómago con los alarmantes indicios de la decadencia de Occidente ha jugado desde siempre malas pasadas a los profetas.

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