Tribuna:ELECCIONES 6 JUNIO

Elegir la oposición

EN UNAS ELECCIONES tan reñidas como las del próximo 6 de junio, el voto tiene un significado complejo. Sin duda, el principal de todos es determinar una opción de Gobierno. Para eso se vota socialista o popular, nacionalista, comunista o regional. Pero, además de este sentido primario, el voto tiene un efecto secundario que el electorado debiera valorar tanto como el primero y, a veces, incluso más.Porque, en efecto, hay opciones que saben que no pueden gobernar, sino, a lo más, condicionar al Gobierno. Y porque hay opciones que el más que lógico argumento del voto útil señala como contrarias ...

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EN UNAS ELECCIONES tan reñidas como las del próximo 6 de junio, el voto tiene un significado complejo. Sin duda, el principal de todos es determinar una opción de Gobierno. Para eso se vota socialista o popular, nacionalista, comunista o regional. Pero, además de este sentido primario, el voto tiene un efecto secundario que el electorado debiera valorar tanto como el primero y, a veces, incluso más.Porque, en efecto, hay opciones que saben que no pueden gobernar, sino, a lo más, condicionar al Gobierno. Y porque hay opciones que el más que lógico argumento del voto útil señala como contrarias a los propios valores que pretenden apoyar. Así, el voto regionalista de derecha sustraería fuerza al Partido Popular y favorecería a la opción de izquierda, de la misma manera que el incremento de Izquierda Unida redundaría en favor de la derecha. A ello hay que sumar aquellos casos en los que se vota tanto una candidatura a las Cortes Generales como la afirmación de una propia personalidad colectiva. Tal es el caso del voto nacionalista en Euskadi y Cataluña.

Pero, además, la experiencia propia y ajena muestra que el elector no sólo manifiesta sus preferencias de Gobierno, sino, indirecta pero eficazmente, sus preferencias sobre la oposición. Cuando los electores británicos dieron cuatro mandatos seguidos a1 Partido Conservador, no sólo prefirieron a éste, sino que inducen a una reconversión del Partido Laborista en sentido socialdemócrata, del mismo modo que los dos mandatos de Reagan y el primero de Bush empujaron hacia el centro al Partido Demócrata americano.

Otro tanto ocurrirá en España. Si en las elecciones del próximo 6 de junio el Partido Socialista triunfase sobre el Popular, es claro que ello supondría no sólo una opción de Gobierno, sino la desautorización de un determinado estilo de oposición y de alternativa, si bien los debates televisivos han fortalecido extraordinariamente el liderazgo interno y el reconocimiento externo de Aznar. Por el contrario, el triunfo confirmaría la estrategia seguida. De la explotación que del triunfo se hiciera dependería lo demás.

Lo mismo ocurre con el PSOE, la cohabitación de cuyas tendencias ha sido posible sólo merced al poder y al hasta ahora incuestionado liderazgo de González. Si el PSOE gana las elecciones, es claro que se incrementará la autoridad del presidente del Gobierno, del estilo que representa y de las metas que persigue. Si, por el contrario, el PSOE pasa a la oposición, nadie duda que en su seno se desatarán tensiones sólo superables, en último término, por la preeminencia de una de las dos principales tendencias en conflicto. ¿La derrotada se someterá o veremos una fracción del Partido Socialista en formaciones políticas diferentes, con opciones programáticas y estratégicas distintas? De esta manera, el voto del PSOE influye no sólo en las posibilidades de éste, sino en la recomposición de la derecha, de igual-modo que el voto a la derecha determina cuál vaya a ser la futura izquierda española.

En semejante situación, y dada la rigidez de los partidos políticos españoles, su entendimiento de la cohesión como unanimidad y de la jerarquía como burocracia, es claro que las señaladas alteraciones del mapa político no serán fáciles, sino que, por ineludibles, resultarán traumáticas. La. reforma del sistema electoral, que, los partidos debieran acometer de consuno, pero que, de consuno, eludirán, sería la vía adecuada para que lo necesario resulte, además, pacífico.

Miguel Herrero de Miñón es miembro de la Real Academia de Ciencias Sociales y Políticas.

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