Tribuna:

Las chicas de bronce

Cientos de amas de casa fieles al Partido Popular -muchas de ellas activas, proselitistas de té con pastas- se arracimaron bajo la carpa blanca y luego en un par de salones de un restaurante sevillano. Esperaban al niño Javier Arenas. La mayor cantidad de rubias falsas por metro cuadrado que esta gacetillera ha visto en su vida; el número más alto de trajes de chaqueta de entretiempo que se ha juntado jamás bajo la capa de este cielo. Como el vicesecretario general del PP y cabeza de lista al Congreso por Sevilla llegó más tarde que de costumbre -y eso que es tardón por naturalez...

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Cientos de amas de casa fieles al Partido Popular -muchas de ellas activas, proselitistas de té con pastas- se arracimaron bajo la carpa blanca y luego en un par de salones de un restaurante sevillano. Esperaban al niño Javier Arenas. La mayor cantidad de rubias falsas por metro cuadrado que esta gacetillera ha visto en su vida; el número más alto de trajes de chaqueta de entretiempo que se ha juntado jamás bajo la capa de este cielo. Como el vicesecretario general del PP y cabeza de lista al Congreso por Sevilla llegó más tarde que de costumbre -y eso que es tardón por naturaleza, por congestión de agenda y también por vanidad, me parece-, una cosa muy curiosa empezó a acontecerles a las chicas de bronce, con las que también se mezclaban, por cierto, algunas jóvenes esposas de melena castaño oscura a lo Ana Botelly y piernonas surgiendo de minifalda, tal como acostumbra a lucir la señora de Aznar.Y fue la cosa chocante que los peinados cuidadosamente construidos en decenas de atascadas peluquerías -después de que las portadoras hubieran dejado programado el correspondiente capítulo de Abigail en el vídeo- empezaron a desinflarse como un suflé destemplado, y que los esmerados revoques faciales fueron resquebrajándose conforme pasaba el tiempo. Más de una hora estuvieron las damas del PP bajo la tienda y a palo seco, en pie, y cuando, por fin, los encargados del restaurante se apiadaron de ellas y las dejaron ocupar su lugar en las mesas, lanzáronse sobre el panecillo -untarlo en la salsa rosa del centro evitó no pocos desmayos- y el clarete, y así fue como el bello Arenas las encontró: sin laca y algo pimpladas.

Dicen que las señoras conservadoras y no -siempre conservadas ven en Javier Arenas al yerno ideal, pero se me antoja más bien que le querrían echar unos tientos, cual Fedras de adosado, a este Hipólito de pelo cano, cintura algo cúbica y permanente sonrisa de niño de las monjas que pululó en el acto de mesa en mesa repartiendo besuqueos, hasta llegar a la que ocupábamos los periodistas, en donde, afortunadamente, se frenó, que aún no está la profesión tan necesitada.

Este chico, que a los 21 -cuando mandaba en las Juventudes de UCD- le pidió a Suárez el Gobierno Civil de Sevilla, y que en los últimos dos años ha pasado de militante de base del PP a candidato número tres, después de Aznar y Álvarez Cascos, es el caballero andaluz que la derecha necesita.

Aseguró estar algo asustado por verse ante tanta mujer y que "Franco es historia, el pasado es Felipe González, y Aznar va a ser el futuro de España".

Y ellas se lo iban creyendo.

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