Cartas al director

Carta de una joven bosnia

Antaño me gustaba, con mis compañeros, mirar cómo centelleaba el lago azul de Biléce; cómo el sol, dorado, surgía de sus profundidades y embriagaba con el canto de los patos salvajes y las canciones de los grillos; reflexionar qué secretos esconden esas estelas que han cuidado durante siglos.Antaño, con mis amigos, alegre y despreocupada, paseaba por las calles de mi patria y, atraídos por el olor del buen café o de los pastelillos, entrábamos para probarlos y charlar a nuestras anchas.

Antaño, sentada con mis hermanos y mis padres en nuestra casita, rodeados de atención y amor, resolví...

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Antaño me gustaba, con mis compañeros, mirar cómo centelleaba el lago azul de Biléce; cómo el sol, dorado, surgía de sus profundidades y embriagaba con el canto de los patos salvajes y las canciones de los grillos; reflexionar qué secretos esconden esas estelas que han cuidado durante siglos.Antaño, con mis amigos, alegre y despreocupada, paseaba por las calles de mi patria y, atraídos por el olor del buen café o de los pastelillos, entrábamos para probarlos y charlar a nuestras anchas.

Antaño, sentada con mis hermanos y mis padres en nuestra casita, rodeados de atención y amor, resolvía mis primeras preocupaciones serias.

Todo esto... antaño.

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Hoy, mi vida se parece a una agonía; mi presente, al ruido de la muerte; mi palabra, al tormento, porque nada de lo que ha sido y de lo que va a ser depende de mí, y en esta locura irrefrenable ni puedo ayudar, ni tengo con qué. Las preocupaciones dominan mi mente: ¿qué pasa con mis hermanos? ¿dónde están? ¿están vivos? ¿dónde está mi padre? ¿qué le duele?

En mis pensamientos no hay espacio más que para imágenes de guerra. Sólo mi cuerpo está presente aquí, donde respira una Europa libre; realmente mi espíritu vuela sobre el montañoso Balcan, donde mi pueblo mantiene su corazón en un puño, para que no respire, para que se ahogue en su propia sangre, no vayan a oírles los carceleros que están delante de sus celdas.

Es suficiente que por un momento cierre los ojos y las imágenes grabadas en mí desgarren mis entrañas. Veo hundidos los ojos de mi padre, con sus rasgos pálidos y torturados; veo su celda pequeña y oscura en la que se esconde algún rayo de sol perdido, veo dos arrugas que han anidado en su frente y una mirada de sufrimiento y dolor; veo su camisa sangrienta, su cuerpo apaleado, mientras espero delante de la cárcel que se abra la puerta de la muerte y den a mi padre un poco de sopa caliente; me veo desprotegida cómo me maltra

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