Tribuna:

Binomio o caos

En un excelente análisis de la política socialista de los años ochenta, Donald Share escribía que la dependencia de un Único equipo directivo y la ausencia de verdaderas alternativas, dentro del PSOE podían provocar en el partido socialista un caos por el solo hecho de que el equipo dirigente sufriera a fall from grace. Publicada en 1989, la observación de Share adquiere todo el valor de las predicciones cumplidas, pues ha bastado la ruptura de la pareja -o del binomio, como lo llama Fernández Marugán- dirigente para que el PSOE se deslice hacia un estado de confusión cercano al caos. ¿...

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En un excelente análisis de la política socialista de los años ochenta, Donald Share escribía que la dependencia de un Único equipo directivo y la ausencia de verdaderas alternativas, dentro del PSOE podían provocar en el partido socialista un caos por el solo hecho de que el equipo dirigente sufriera a fall from grace. Publicada en 1989, la observación de Share adquiere todo el valor de las predicciones cumplidas, pues ha bastado la ruptura de la pareja -o del binomio, como lo llama Fernández Marugán- dirigente para que el PSOE se deslice hacia un estado de confusión cercano al caos. ¿Cómo se ha podido llegar a esta situación?El PSOE es un partido objetivamente de centro, votado desde 1982 por electores que se ubican en la zona media del continuo ideológico izquierda-derecha. Sin verdadera oposición a la izquierda y con una derecha anclada en el pasado, los socialistas han dominado un inmenso espacio: fuera del PSOE no hay más que un desierto político, decía Alfonso Guerra en los buenos viejos tiempos. Si hubieran, tenido enfrente un partido con la tradición y el liderazgo del conservador británico, otra habría sido la historia política de los últimos diez años. No lo han tenido, y la historia ha sido la de un sistema con un partido hegemónico, sin verdadero competidor, que al ocupar todo el centro arruinaba la posibilidad de que a su izquierda o a su derecha se formularan y presentaran a los electores 1?Olíticas alternativas.

A la hegemonía del PSOE en el sistema de partidos correspondió, desde el congreso de 1979, el autoritarismo de la cúpula dirigente en el interior del propio partido: si fuera del PSOE todo era un desierto, fuera de la ejecutiva del PSOE todo era cohesión y disciplina. Decididos a evitar la repetición de la desastrosa experiencia de los años treinta, aleccionados por el ejemplo de UCD y dispuestos a mantener la unidad, los socialistas se dieron unas normas de organización que ahogaban la posibilidad de que cien rosas florecieran en sus huertos. La carencia de alternativas encontraba así su correlato en la falta de repuestos en el partido: un sistema inmóvil sostenido en un partido basado en una disciplina tan abrumadora que nadie (ni siquiera socialistas inteligentes y honestos, que no faltan) se confesó públicamente avergonzado cuando el vicesecretario general protagonizó la bochornosa sesión parlamentaria que marcó el principio del fin del estado de gracia del binomio dirigente.

Disciplina en el partido, hegemonía en el sistema: dos rasgos que resumen la fuerza del PSOE durante estos diez años, pues en la combinación de ambos radicó, primero, la posibilidad de: abandonar en 1979, sin grandes traumas internos, la ideología del socialismo democrático como vía media entre el capitalismo y el comunismo, y segundo, la posibilidad de desarrollar desde 1982 políticas no ya diferentes, sino contrarias a las enunciadas en su programa electoral sin recibir un castigo masivo y contundente de sus votantes. No pretendo discutir aquí si el socialismo democrático era o no un ideal realizable ni si esas políticas eran mejores o peores que las aprobadas en congresos y publicadas en los programas electorales, sino resaltar que ningún partido habría podido efectuar no ya uno, sino tres y hasta cuatro giros tan radicales y en tan poco tiempo sin una fuerte dosis de autoritarismo interno y con competidores eficaces en el exterior.

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Pero esos dos rasgos, en cuanto indisociables de dos nombres propios, constituyen ahora su debilidad. La hegemonía en el sistema de partidos se sostenía en la convicción de que Felipe carecía de rival; la disciplina en el interior del partido se basaba en la seguridad de que Alfonso estaba ahí para evitar que quien se moviera saliera en la foto. No importaba si el asunto consistía en derrotar a la oposición o en lograr que el partido votara en 1984 lo contrario que había aprobado en 1982; con echarles a Felipe y con que Alfonso mantuviera firmes las riendas quedaba asegurado el inevitable resultado de una victoria apabullante, en el sistema y en el partido. Tan convencidos estaban del automatismo de la fórmula que, como adelanto de la campaña electoral, los estrategas socialistas no han tenido mejor ocurrencia que presentar a ambos dirigentes, compulsivamente unidos otra vez en la rosa, en la única rosa, asomados al imaginario balcón de los clamores.

El problema es que ya no quedan multitudes abajo, dispuestas a batir palmas y a renovar el mandato excepcional que los socialistas han disfrutado durante diez años. Pues ese autoritarismo de partido y esa hegemonía de sistema han provocado en el socialismo español la pérdida de algo más que un programa o un proyecto: han provocado la pérdida de moral, del impulso que les aupó al Gobierno en 1982. Y sin moral -y en democracia- es imposible mantener rutinariamente una hegemonía y una autoridad que electores y militantes sólo están dispuestos a conceder en circunstancias extraordinarias. En consecuencia, a la vez que pierden intención de voto y se tambalea su posición dominante en el sistema, el binomio dirigente se escinde y, automáticamente, los socialistas se muestran incapaces de evitar la confusión. Llevan tantos años convencidos de no tener rival y de contar con un partido sin fisuras-es decir, llevan tantos años convencidos de la indestructible relación Felipe / Alfonso- que no saben qué hacer cuando ante su mirada atónita la pareja primordial se rompe y sus dos más acariciados principios políticos se desvanecen en el aire. Ha bastado que el binomio ofrezca la penosa imagen de un abrazo al sesgo para que los socialistas se queden sin habla.

¿Volverán a recuperarla? No en lo inmediato, pues el tipo de partido que durante estos años han construido, minoritario, con la más baja proporción de afiliados por votantes de toda Europa, muy adecuado al mantenimiento de la disciplina, los ha alejado de la sociedad y los ha ubicado precisamente en el desierto, donde ninguna voz les llega, pero de donde ninguna voz sale. Tienen quizá dos posibilidades: progresar en el camino de cierta americanización de la política, recomponer de puertas afuera la unidad de la pareja dirigente y vender al candidato fiados en que su atractivo basta para ganar elecciones, o pararse a pensar, abrir la organización, discutir sus errores y corrupciones, reformar los estatutos que han provocado su aislamiento, renovar sus cuadros dirigentes y tender nuevos puentes a la sociedad. Lo único cierto es que, antes o después, no evitarán el caos si se empeñan en repetir que no hay alternativa, que forman una pifia y que el binomio funciona. Porque eso, de verdad, ya no se lo creen ni ellos.

es catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales en la UNED.

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