TENIS

La presión del circuito provoca el abandono prematuro de los campeones

Rod Laver ganó su segundo Grand Slam a los 31 años y jugó todavía algunos más. Su compañero Ken Rosewall fue finalista de Wimbledon y del Open de Estados Unidos rozando los 40. Andrés Gimeno conquistó su mejor título, el de Roland Garros, cuando le faltaban meses para los 35. Todo eso era mucho más habitual hace unos años, cuando el circuito no estaba tan profesionalizado y los jugadores se sentían mucho más libres. Ahora, lo normal son las estrellas fugaces, los grandes tenistas que no pueden soportar la presión del circuito y se van antes de llegar a los 30, como Bjorn Borg o Mats Wilander....

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Rod Laver ganó su segundo Grand Slam a los 31 años y jugó todavía algunos más. Su compañero Ken Rosewall fue finalista de Wimbledon y del Open de Estados Unidos rozando los 40. Andrés Gimeno conquistó su mejor título, el de Roland Garros, cuando le faltaban meses para los 35. Todo eso era mucho más habitual hace unos años, cuando el circuito no estaba tan profesionalizado y los jugadores se sentían mucho más libres. Ahora, lo normal son las estrellas fugaces, los grandes tenistas que no pueden soportar la presión del circuito y se van antes de llegar a los 30, como Bjorn Borg o Mats Wilander.

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Las cosas han cambiado. Cuando se estableció la primera clasificación mundial en 1973, los 10 primeros jugadores dieron una media de edad de 28,8 años. Entre ellos había tres jugadores por encima de los 30 años y cinco más que superaban los 27. Eran otros tiempos y otros campeones. Ken Rosewall, Rod Laver y Arthur Ashe, los jugadores 6, 8 y 10 de aquella lista, superaban entre los tres la centuria.De aquello no hace tanto, han pasado solamente 20 años. Pero el tenis ha dado un vuelco espectacular, Las estrellas actuales son mucho más vulnerables que las de antaño. Pensar ahora en leyendas como Rod Laver o Ken Rosewall es inviable. Ya no se encuentran ejemplos de longevidad deportiva, como los de estos dos australianos. Laver ganó dos veces el Grand Slam, a los 24 y a los 31 años. Rosewall se adjudicó el Open de Australia con 19 años de diferencia: en 1953 y en 1972.

Rosewall tenía 38 años. Fue un caso atípico. Pero no tanto. Aquella misma temporada, el español Andrés Gimeno se proclamó campeón de Roland Garros con la cabeza casi calva y a pocos meses de cumplir los 35. En el circuito femenino, Billie Jean King ganó en Wimbledon en 1975, cuando tenía 32 años. La misma edad en que la británica Virginia Wade inscribió su nombre por primera vez en el palmarés de la Catedral. Margaret Court. tenía 31 años cuando ganó el Open de Australia, Roland Garros, el abierto de Estados Unidos y fue batida en las semifinales de Wimbledon (1973).

Ahora todo eso es inconcebible. Los buenos aficionados andan locos tras los últimos pasos de Jimmy Connors, John McEnroe y Martina Navratilova. Son los tres únicos ejemplos de longevidad que todavía permanecen en los circuitos. Ellos constituyen la excepción. La regla dice que la media de edad de los 10 primeros es ahora de 23,4 años, y que si sacáramos de ella a Ivan Lendl, quedaría en 21,2. Dice que la precocidad se ha instalado en el circuito femenino, donde la media ha descendido a 21,7 años. Pero, paralelamente, confirma también que poquísimos jugadores alcanzan los 30 años en activo. Muchos se retiran, incapaces de soportar la presión a que les somete el circuito.

Tracy Austin, Bjorn Borg y Andrea Jaeger fueron ejemplos evidentes de precocidad. Pero ninguno de los tres soportó las consecuencias de sus éxitos. O por falta de madurez mental o por inconsistencia física. Tracy Austin fue campeona del abierto de Estados Unidos a los 16 años. Sólo aguantó 5. A los 21 abandonaba, al igual que Andrea Jaeger.

Llega la presión

Mientras ellas y Borg triunfaban, la mercadotecnia invadía el tenis y convertía a los jugadores en máquinas de ganar dinero. Muchos padres ven ahora más productivo que sus hijos se dediquen al tenis que a estudiar una carrera universitaria. La presión les llega a los jugadores a una edad en la que el tenis debería ser sólo un juego. Después, cuando caen en las garras de cualquier multinacional del deporte, entran en la espiral de individualidad a que les somete el circuito y la explotación. de su propia imagen. Los mejores ganan montañas de dinero. Pero, al mismo tiempo, van cultivando su inestabilidad emocional.Algunos, como Wilander y Becker soportan mal el peso de la fama. Courier y Edberg parecen aguantar mejor la tensión de ser el número uno. Pero parece difícil que ellos y la mayoría de chicas que están entre las 10 primeras logren superar en activo la ya mítica barrera de los 30 años. Y sin esa longevidad, las figuras actuales no lograrán efemérides como las de Ken Rosewall o Rod Laver. No podrán dejar de ser estrellas fugaces.

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