La solidaridad del silencio

Unas tres mil personas condenan el racismo en una concentración en el centro de Madrid

El último recuerdo de España será la solidaridad del silencio. Catalina se va. Es una dominicana convencida de que "uno es libre en su casa, aunque pase hambre", y el crimen de Lucrecia Pérez la empujó: hoy embarcará en un avión de Iberia rumbo a Santo Domingo. La protesta de unas tres mil personas que ayer fueron a la verja de la Casa de América, en la plaza de la Cibeles de Madrid, para condenar el racismo en silencio no le sirve para olvidar que "Lucrecia sólo vino a España para que le quitaran la vida".La improvisada convocatoria antirracista partió del periodista José Luis Martín Prie...

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El último recuerdo de España será la solidaridad del silencio. Catalina se va. Es una dominicana convencida de que "uno es libre en su casa, aunque pase hambre", y el crimen de Lucrecia Pérez la empujó: hoy embarcará en un avión de Iberia rumbo a Santo Domingo. La protesta de unas tres mil personas que ayer fueron a la verja de la Casa de América, en la plaza de la Cibeles de Madrid, para condenar el racismo en silencio no le sirve para olvidar que "Lucrecia sólo vino a España para que le quitaran la vida".La improvisada convocatoria antirracista partió del periodista José Luis Martín Prieto, que, bajo el lema Yo también soy sudaca, consiguió a golpe de agenda la presencia testimonial de NicoIás Redondo, José Sacristán, Alberto Cortez, Miguel Durán, Joaquín Leguina, Luis Yáñez, Juan Barranco y Carmen García Bloise, entre cientos de ciudadanos españoles y extranjeros que quisieron avivar con velas y en silencio una solidaridad de todos los colores.

Los manifestantes plantaron en el suelo una cruz con velas en homenaje a Lucrecia. Con la mirada encendida, Olga Farias, una argentina que lleva 17 años en España y trabaja de secretaria, advierte: "Siempre he sentido rechazo, pero ahora, mucho más. Es urgente que ustedes enseñen igualdad en las escuelas".

Angélica, una chilena que trabaja desde hace seis años de limpiadora por horas, no puede contener su rabia contra el Gobierno: "No hay que protestar: hay que rebelarse. No soy marciana, soy una terrícola. Cualquier rincón de España es también mío. Los españoles no nos regalan nada. Al otro lado de la ventanilla, los funcionarios nos tratan como animales, y esto es culpa del Gobierno. Los ciudadanos sólo son manipulados".

"Tengo a 120 españoles trabajando para mí en la empresa Lotum, que he creado yo", dice con voz entrecortada Alejandro Davidson, un judío colombiano que llegó hace 27 años a Madrid. "Ningún crimen va hacer que eche a nadie de mi empresa por ser español, pero quiero que ustedes hagan lo mismo con nosotros. No tienen más remedio si no quieren que vuelva el, nazismo".

El silencio se quebró cuando se sumó a la protesta el alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano. A los gritos de "¡Fuera; No vengas a posar; Manzano y Corcuera, los dos a la patera!", replicó el primer edil: "Yo soy el alcalde de todos. Vengo a dar la cara porque represento a la mayoría". "Tratamos a los inmigrantes como a los españoles, pero no tenemos locales para los dominicanos, los africanos, los eslovacos, los gitanos, los murcianos, los de Bilbao...", añadió, sobreponiéndose a los gritos que arreciaban.

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