Tribuna:

Burbujas

Todavía estamos guardando bañadores en el armario, y ya nos llega la noticia del próximo anuncio navideño de Freixenet. Ahora sabemos el paso del tiempo por esos anuncios de televisión, siempre los mismos, que van llenando de significado nuestro calendario laico: el guapo gafudo de Schweppes aparece al doblar el verano, Matías Prats anuncia quinielas en septiembre y, en enero, la periodista de turno recuerda las rebajas de El Corte Inglés. Pero lo de Freixenet tiene sorpresa. Se trata de poner un cava español en las manos de una estrella de Hollywood y que Paul Newman, o Don Johnson, o Raquel ...

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Todavía estamos guardando bañadores en el armario, y ya nos llega la noticia del próximo anuncio navideño de Freixenet. Ahora sabemos el paso del tiempo por esos anuncios de televisión, siempre los mismos, que van llenando de significado nuestro calendario laico: el guapo gafudo de Schweppes aparece al doblar el verano, Matías Prats anuncia quinielas en septiembre y, en enero, la periodista de turno recuerda las rebajas de El Corte Inglés. Pero lo de Freixenet tiene sorpresa. Se trata de poner un cava español en las manos de una estrella de Hollywood y que Paul Newman, o Don Johnson, o Raquel Welch, digan felices pascuas como quien dice bésame mucho. El anuncio de Freixenet es como la décima del farolero a cambio de un aguinaldo, el acuse de recibo del invierno con la plusvalía de ignorar quien será el nuevo mito encerrado en la botella.Por lo visto, este año le toca a Sharon Stone hacer cucamonas con Antonio Banderas. En la publicidad intemacional, Banderas es ese territorio inmarcesible de la españolidad rozando los límites de un mundo que siempre nos tuvo en el zócalo. Es el mismo territorio de Juan de la Cierva, de Arturito Pomar, de Mario Cabré en su noche con Ava. Sharon Stone, en cambio, es el instinto básico de sobrevivir cada año con una postal nueva. ¡Qué poco nos duran los mitos y las bellas! Les prometemos adoración perpetua y acaban disueltos en la deliciosa espuma de los días. Creímos admirarlas como diosas y las usamos como escanciadoras. Somos juguetes de nuestras propias ganas de jugar y, con las prisas del mercado, nos estamos cargando al mito y a sus fieles. Tal vez Karl Kraus llevaba razón cuando decía que la frase "Todos somos humanos" no es una disculpa, sino pura arrogancia. Vamos tan inhumanamente aprisa, que lo más humano sigue siendo la lenta ascensión de las burbujas.

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