Adiós a todo eso

Miles de empleados se despidieron de la Exposición en un día de compras y confraternización

Dos por uno. Las tiendas de recuerdos de la Expo hicieron ayer el remate final de sus existencias para los únicos clientes que pudieron acceder al recinto: los trabajadores de la muestra. Miles de empleados, desprovistos del traje de faena, pasearon ayer -la sonrisa triste congelada en el rostro- por las calles sucias y destartaladas de una Exposición sin Curro, sin pupis y sin público. Sólo las colas en las cajas registradoras y en algunos de los 15 pabellones que abrieron recordaban que allí, no hace tanto, se habían congregado más de medio millón de almas para ver Lo...

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Dos por uno. Las tiendas de recuerdos de la Expo hicieron ayer el remate final de sus existencias para los únicos clientes que pudieron acceder al recinto: los trabajadores de la muestra. Miles de empleados, desprovistos del traje de faena, pasearon ayer -la sonrisa triste congelada en el rostro- por las calles sucias y destartaladas de una Exposición sin Curro, sin pupis y sin público. Sólo las colas en las cajas registradoras y en algunos de los 15 pabellones que abrieron recordaban que allí, no hace tanto, se habían congregado más de medio millón de almas para ver Lo mejor del mundo.

UGT y CC OO recibieron ayer una auténtica avalancha de trabajadores de la Expo 92 que acudieron a denunciar las irregularidades observadas en la liquidación de sus contratos. El 85% de los más de 20.000 empleados de la muestra han abandonado ya sus puestos de trabajo. Tras el 31 de octubre, sólo quedará un 10% de ellos, principalmente los dedicados al área de mantenimiento.

¡Ay mi puerta!`

¡Ay mi puerta, qué vacía está con el jaleo que había siempre a estas horas!". Eugenia Gómez, 51 años, limpiadora de Dos Hermanas veía y no creía la puerta del Aljarafe, sin más público que dos policías que, además, no dejaban pasar por allí ni a los empleados. Eugenia, Josefa, Cristina y otras compañeras venían de visita a "su Expo".

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"¡Ha habido mucha gente y mucha mierda, pero y lo que nos hemos reído!", recordaba Cristina, la más joven, al rememorar el episodio de aquella señora que, en las apreturas del autobús circular, confundió la mano de la limpiadora con la de su marido y la estuvo acariciando durante todo el viaje por La Cartuja.

El afán de este grupo de empleadas, como el de la mayoría de las pandillas de trabajadores que paseaba por las avenidas, era "ver algo, ahora que se puede". Por eso, quizá, las puertas de la quincena de pabellones que accedieron a la petición de Jacinto Pellón, presidente de la Sociedad Estatal, y abrieron para los empleados, mostraban el aspecto de los primeros días de la Expo. Colas discretas, pero persistentes.

Navegación, Futuro, Mónaco, Chile, Israel, Yugoslavia y el cine Movimax del pabellón de España fueron algunos de los puntos que concentraron el interés en una isla donde, ya poco era lo que fue.

Bares y servicios cerrados, suelos alfombrados de desperdicios, máquinas de bebidas desenchufadas, policías de cháchara con sus compañeros, plantas pisoteadas sin reponer, carritos de bocadillos cerrados y aparcados en cualquier sitio y una sensación generalizada de "se acabó lo que se daba".

Los trabajadores extranjeros brillaron por su ausencia en La Cartuja, donde la mayoría de los paseantes tenía acento sevillano. Sólo algún retén de empleados de mantenimiento permanecía en los pabellones. cerrados metiendo bultos en cajas o, más explícitamente, desmontando "el tenderete", como en el caso del pabellón. de Dinamarca.

Una grúa de grandes dimensiones preparando el izado del gran jarrón que adornaba la trasera del pabellón y varios contenedores esperando ser llenados recordaban, a quien no se había dado por aludido, que la fiesta había terminado.

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