Tribuna:

Él lo eligió

Podría estar ahora mismo esperando una plácida vejez en un bucólico valle de Guipúzcoa, rodeado de familia y amigos, cuidando su caserío y disfrutando de una pasada leyenda de forzudo local. Un destino para el último tercio de la vida que parece envidiable.Pero no ha sido así. El boxeo le sacó de aquel medio. El boxeo, algunos avispados y su propia inquietud, su deseo de aventura y de diversión.

En torno a él se movió y creció durante años una nubecilla de promotores, managers y entrenadores entre cuyas manos iba saltando mientras se aplicaba a conciencia a derribar primero paquetes y l...

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Podría estar ahora mismo esperando una plácida vejez en un bucólico valle de Guipúzcoa, rodeado de familia y amigos, cuidando su caserío y disfrutando de una pasada leyenda de forzudo local. Un destino para el último tercio de la vida que parece envidiable.Pero no ha sido así. El boxeo le sacó de aquel medio. El boxeo, algunos avispados y su propia inquietud, su deseo de aventura y de diversión.

En torno a él se movió y creció durante años una nubecilla de promotores, managers y entrenadores entre cuyas manos iba saltando mientras se aplicaba a conciencia a derribar primero paquetes y luego boxeadores de verdad. Sobre aquellos años se edificaron los cimientos del fenómeno José María Garcia, primero alentador del forzudo y luego denunciador de los trapicheos que le lanzaron. El NODO, la tele y hasta el cine nos lo mostraron continuamente . y pasó a ser parte de nuestras conversaciones cotidianas. Nos regaló fantasía.

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¿Y él? Él fue otra vida, otra familia, otros hábitos. Un dinero que llegó con facilidad y se escapó pronto. Luego, un lento descenso sin freno hasta el cero absoluto. Ni fama, ni prensa, ni amigos, ni familia. Ninguna compañía más que un hígado y una cuenta corriente igualmente maltrechos, la nada como futuro. Y decidió frenar la caída.

Dicen que el boxeo redime a los desheredados. Puede ser cierto, pero también lo es que sólo les redime por algún tiempo. La experiencia nos demuestra que el suyo suele ser un viaje de ida y vuelta, una especie de libertad provisional para disfrutar durante unos años la vida a, lo grande hasta regresar al destino marcado: la pobreza, el delito, la cárcel. Lo de Urtáin ha sido diferente y peor.

El boxeo no le redimió; le apartó de un destino grato, plácido, casi, bucólico, al que no quiso o no supo regresar. Le desarraigó de su medio y lo que le dejó al cabo de los años no fue ni suficiente para sostenerse entre la clase media baja de un sencillo barrio madrileño. Pero él lo eligió.

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