Tribuna:

Esquela

Tuvo una vida placentera el viejo caballero, y al acercarse la hora de su muerte la alcanzó después de una agonía prolongada, aunque muy suave, mientras su mujer, en silencio, sólo suspirando, hacía calceta al pie de la cama. Fue un aristócrata dedicado a las armas que concibió hijos financieros y eclesiásticos: todos acudieron a la casa solariega cuando el anciano general entró en coma. Durante esa noche, ellos esperaron a que expirara, pero a primera hora de la mañana el moribundo volvió en sí desde el más allá y, recobrada la lucidez, pidió el Abc y después de hojearlo con mucho inte...

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Tuvo una vida placentera el viejo caballero, y al acercarse la hora de su muerte la alcanzó después de una agonía prolongada, aunque muy suave, mientras su mujer, en silencio, sólo suspirando, hacía calceta al pie de la cama. Fue un aristócrata dedicado a las armas que concibió hijos financieros y eclesiásticos: todos acudieron a la casa solariega cuando el anciano general entró en coma. Durante esa noche, ellos esperaron a que expirara, pero a primera hora de la mañana el moribundo volvió en sí desde el más allá y, recobrada la lucidez, pidió el Abc y después de hojearlo con mucho interés cayó de nuevo postrado sin haber despegado los labios. Jadeaba bajo la mascarilla de oxígeno, y con ella puesta le dio la extremaunción un cura de la familia. Tampoco murió ese día. Los hijos volvieron a sus negocios, y la esposa, insomne, sin dejar de hacer calceta, siguió vigilando la profunda y dulce agonía del marido hasta que otra vez por la mañana él abrió los ojos y tampoco ahora habló, aunque con un gesto significativo reclamó el mismo periódico para leer lo que había sucedido aquí durante su largo viaje al otro mundo. Se enteró de las catástrofes naturales, de las matanzas consabidas, de los altercados políticos; echó un vistazo a las esquelas, y a continuación perdió la conciencia. Nadie supo qué pensaba, qué le sucedía a lo largo de su oscuridad: en la habitación entraban y salían los hijos al terminar cada tarde el trabajo, y del mismo modo el agonizante iba y venía desde las tinieblas de la muerte a la vida, y cuando salía del coma parecía que su único afán era buscar en el periódico una sola noticia. Tardó una semana en encontrarla. Estaba ya totalmente extenuado, y la última mañana aún consiguió recobrar la lucidez: pidió el Abc y un zumo de naranja. Los dedos temblorosos del viejo caballero fueron escarbando las páginas hasta que finalmente halló la esquela que anunciaba su defunción, acaecida el día anterior. Una vez leída con detenimiento, expiró en paz. Tuvo un funeral con Rolls-Royce aparcados en tercera fila.

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