Tribuna:

Masaje

Esta sala de masajes se compone de ocho cabinas individuales que están siempre en penumbra. Suelen ser ejecutivos, empresarios y financieros los que acuden a este establecimiento donde también hay saunas y baños de vapor. Cuando el masajista entró en la cabina número 3, ya estaba allí el cliente tumbado boca arriba en la camilla, desnudo con una toalla en las ingles, y, después de saludarlo amablemente, el masajista comenzó a realizar su trabajo. Depositó un fluido mentolado en el pecho de aquel hombre y se puso a frotar cada uno de sus músculos según la práctica consabida. El tipo tenía un cu...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Esta sala de masajes se compone de ocho cabinas individuales que están siempre en penumbra. Suelen ser ejecutivos, empresarios y financieros los que acuden a este establecimiento donde también hay saunas y baños de vapor. Cuando el masajista entró en la cabina número 3, ya estaba allí el cliente tumbado boca arriba en la camilla, desnudo con una toalla en las ingles, y, después de saludarlo amablemente, el masajista comenzó a realizar su trabajo. Depositó un fluido mentolado en el pecho de aquel hombre y se puso a frotar cada uno de sus músculos según la práctica consabida. El tipo tenía un cuerpo maduro; se había cubierto el rostro con un paño húmedo y permanecía inmóvil, tal vez dormido de placer, respirando. El masajista siguió fregando aquel cuerpo y de pronto notó que la piel soltaba una grasa terrosa debajo de la cual había una materia muy dura. Insistió. Ahora había comenzado a sentir en la palma de la mano el volumen de una cícatriz que desde la altura del esternón bajaba hacia el vientre formando cenefas y jeroglíficos, pero el masajista tentó con las yemas aquella costura hasta descubrir finalmente que no se trataba de una cicatriz, sino de una inscripción grabada en bajorrelieve, aunque la penumbra de la cabina le impedía leerla. El cliente dormía echando a veces pequeños gemidos de gusto. Como un arqueólogo que limpia una lápida desenterrada, el masajista fue quitando pequeños grumos de grasa con el líquido mentolado y cuando sus ojos se hicieron por completo a la oscuridad pudo leer aquello que el cuerpo desnudo llevaba inscrito en el primer estrato de su carne. Decía así: "In memoriam. Joseph V. Mayer. Nacido el 2 de abril de 1934. Muerto el.'23 de febrero de 1992. El fuego por fin ha alcanzado a la ceniza. Descanse en paz". El masajista no pudo evitar un escalofrío de terror, aunque se repuso enseguida al comprobar que el cliente respiraba con normalidad, pero no se atrevió a levantar el paño que cubría su rostro y en silencio abandonó la cabina.

Sobre la firma

Archivado En