Editorial:

PSOE: la hora de los pactos

CON POSTERIORIDAD a 1982, los resultados de las sucesivas consultas electorales han venido confirmando esta afirmación: el PSOE retrocede, pero la oposición conservadora no avanza. La formulación sería ahora, tras el 26-M, algo diferente: la oposición conservadora avanza, pero el PSOE no retrocede. Ambos enunciados remiten a una causa común: la transferencia de votos entre los dos principales partidos del arco parlamentario es mínima; los votos perdidos por el PSOE engrosaron la abstención o alimentaron al CDS y a IU, nunca , al PP; y los votantes nuevos con seguidos por el PP cuando éste subi...

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CON POSTERIORIDAD a 1982, los resultados de las sucesivas consultas electorales han venido confirmando esta afirmación: el PSOE retrocede, pero la oposición conservadora no avanza. La formulación sería ahora, tras el 26-M, algo diferente: la oposición conservadora avanza, pero el PSOE no retrocede. Ambos enunciados remiten a una causa común: la transferencia de votos entre los dos principales partidos del arco parlamentario es mínima; los votos perdidos por el PSOE engrosaron la abstención o alimentaron al CDS y a IU, nunca , al PP; y los votantes nuevos con seguidos por el PP cuando éste subió procedieron de la abstención o del CDS -y eventualmente del regionalismo-, pero no del PSOE. El efecto de esa falta de canales entre ambos electorados es que la distancia entre los dos partidos se ha mantenido relativamente constante desde hace siete años: entre un máximo de 18 puntos en las legislativas de 1986 y las europeas de 1989, y un mínimo de 13 puntos en las municipales del pasado domingo. Es decir, una media de unos 15 puntos.Ésa es la principal diferencia con la situación existente en los primeros años de la transición. La distancia media entre la UCD y el PSOE en las tres elecciones celebradas entre junio de 1977 y octubre de 1982 fue de cuatro puntos. En el esquema cuadrangular existente hasta ahora, entre el PSOE y el PP existía el CDS. Ese partido (y la abstención) ha venido actuando durante los últimos cinco años como almacén provisional de los votos fugados de las dos principales fuerzas.

Entonces, la virtual desaparición del CDS no sólo explica en buena medida el ascenso de los populares -entre tres y cinco puntos, según que se consideren o, no los votos del PDP en 1987-, sino que supone el principal factor nuevo de la situación abierta el 26-M. En el nuevo esquema triangular (IU-PSOE-PP), los socialistas quedan situados en el centro. Ello les permitirá una política de pactos muy flexible, a derecha e izquierda, lo que en principio favorece la extensión de su poder. Pero, al desaparecer la estación intermedia del CDS, la concomitancia entre el PSOE y el PP sitúa a este último partido en disposición de recoger en el futuro al menos una parte del voto socialista desengañado. Por ejemplo, el voto de aquellos sectores moderados que vean con malos ojos una eventual alianza social i.sta-comun ista en su-municipio o comunidad.

Esto es algo que con razón teme el PSOE, y de ahí sus dudas actuales sobre la política de alianzas. Por una parte, necesita pactar con Anguita para no ceder más terreno al PP, que ha demostrado saber aprovecharlo; pero, por otra, el PP verá automáticamente re forzada su imagen centrista allá donde tal pacto se produzca. En lo inmediato, sin embargo, la única manera que tiene el PP de compensar esos 13 o 14 puntos que le separan del primer partido es articular una alianza más o menos estable con las fuerzas nacionalistas moderadas y regionalistas de cent-ro-derecha. De ello era seguramente con'sciente el PSOE cuando, inmediatamente después de las generales de 1989, se adelantó a su rival mediante la estrategia de apertura al centro (CDS y nacionalistas).

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El resultado de los pactos que ahora se están cociendo será la prueba práctica de la eficacia de esa política. Pero, desde su formulación, algunos factores se han modificado. La evaporación del CDS, con los ambiguos efectos citados. Pero también la sustitución por uno nacionalista del Gobierno de coalición PNV-PSOE en Euskadi; la nueva radicalización sindical a causa de las elecciones de delegados celebradas a Finales de 1990, y el afianzamiento de IU como algo no identificable sin más con el viejo partido comunista. Todo ello produce un panorama más abierto e imprevisible; más político.

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