Tribuna:

Entre la inercia y el dinamismo

El autor establece en este primer artículo que se ha logrado, mediante el esfuerzo constituyente, "una ruptura inequívoca con el sistema anterior", aunque reconoce que sigue existiendo una "falta de sincronía" entre el desarrollo político y el de la sociedad, y concluye que "la cultura política sobre la que vivimos se está manifestando como notoriamente insuficiente".

Desde finales de los años setenta domina en España la convicción profunda de que política y sociedad son adaptables a la racionalidad, lo que impone en cada momento del camino emprender las reformas que el buen funcionamie...

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El autor establece en este primer artículo que se ha logrado, mediante el esfuerzo constituyente, "una ruptura inequívoca con el sistema anterior", aunque reconoce que sigue existiendo una "falta de sincronía" entre el desarrollo político y el de la sociedad, y concluye que "la cultura política sobre la que vivimos se está manifestando como notoriamente insuficiente".

Desde finales de los años setenta domina en España la convicción profunda de que política y sociedad son adaptables a la racionalidad, lo que impone en cada momento del camino emprender las reformas que el buen funcionamiento del sistema aconseje. Se trata de despejar los posibles obstáculos y de evitar los peligros de estancamiento. A diferencia de las épocas críticas, en cuyo horizonte suelen aparecer las lecturas totales, esquemas cerrados y completos y en las que domina el pathos, los periodos históricos reformistas se caracterizan por una satisfacción razonable con el sistema, en la adecuación del entusiasmo a la acción concreta y un cierto optimismo que se manifiesta en la creencia compartida de que lo actual es mejorable, reformable de manera tal que el sistema dé todos sus frutos. Este temperamento público corresponde a supuestos ilustrados. Reforma e Ilustración son términos estrechamente unidos.Va siendo perceptible que el sistema político que nos hemos dado en la fase constituyente admite ciertas reformas; también que las mismas aparecen ya como necesarias. Son posibles, necesarias y yo no diría que urgentes, pero sí que ha llegado el tiempo de reflexionar sobre ellas y someterlas a debate.

Defecto de modernidad

No todas las épocas llamadas a las reformas las han realizado o, en muchos casos, completado. En nuestra historia, en varias ocasiones, se han malogrado las oportunidades. La falta de culminación de las reformas emprendidas algo han influido en esa inadaptación a los tiempos, esa ucronía de nuestra historia, en ese defecto de modernidad.

Citemos solamente dos ejemplos: en la segunda mitad del siglo XVIII y en las primeras décadas del siglo en curso. Durante el reinado de Carlos III y durante los primeros años del de Carlos IV los ministros ilustrados se empeñaron en una tarea reformista de adaptación del país a los tiempos y a sus ideas. Entre otros, pero él magistralmente, Sarrailh ha historiado cómo las inercias de la sociedad española y la disminución del ritmo de las reformas otorgó la victoria a las fuerzas contrarias al cambio. Las inercias prevalecieron sobre el dinamismo. A principios de nuestro siglo algunos hombres conscientes advirtieron sobre los peligros de estancamiento y sobre las tendencias corruptoras insertas en el sistema de la Restauración, que, no lo olvidemos, había acercado nuestras instituciones políticas a las normales entonces en Europa. Maura, en el Partido Conservador; Posada o Melquíades Álvarez, en el otro campo, llamaron a las reformas. De haberse producido con profundidad, el sistemas no se hubiese encaminado al estancamiento; luego, a su fin.

La reforma es posible cuando el cuadro de instituciones y valores es en general adecuado Cuando no, el cambio se produce por ruptura, cualquiera que sea la forma o instrumento que ésta adopte o utilice.

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Los logros de la democracia española son evidentes, y en la perspectiva en que se intentaron no dejan de causar admiración Se ha logrado, mediante el esfuerzo constituyente y consolida do por la acción del periodo que llega hasta hoy desde 1977: una ruptura inequívoca con el sistema anterior, una Constitución alcanzada por consenso en la que caben todas las fuerzas políticas y que se encarna en un texto constitucional que por primera vez no representa la visión exclusiva de unos vencedores en la pugna política y constitucional, el juego correcto de las instituciones, la vigencia durante mucho tiempo de la concertación en las relaciones industriales, el rearme fiscal del Estado, el fin del aislamiento internacional, colocando al país en su lugar, la resolución de la dialéctica entre la afirmación de lo propio (casticismo) y la adaptación mimética a la modernidad extranjera, mediante su inserción en el proceso y mecanismo de decisiones europeas y la resolución de las causas políticas de nuestra inestabilidad y de nuestras incertidumbres.

En efecto, se ha adaptado la constitución política a la constitución histórica mediante el Estado de las autonomías; se ha consagrado en principio y en la practica el principio de la primacía del poder civil, se ha establecido el de la aconfesionalidad del Estado con un trato adecuado y respetuoso a las realidades religiosas, se ha avanzado en la corrección de nuestro atraso económico y en el aumento de la solidaridad social. Pérez Galdós colocaba como umbral a una de sus obras: "La inseguridad, lo único constante entre nosotros". Las incertidumbres y el desasosiego entre nosotros son hoy los normales en este tránsito a la sociedad posindustrial y en un mundo internacional sometido a grandes y urgentes cambios, no las que nacían de nuestra tan imperfecta ordenación política.

Estado y sociedad

¿Sobre qué supuestos se ha realizado la operación? Entre ellos, sobre uno recurrente en nuestra historia y que está desde hace un par de años operando espectacularmente en nuestra cultura política, cooperando a deslegitimar a la cosa pública. La relación entre Estado y sociedad ha sido entre nosotros siempre problemática. Se ha manifestado una falta de sincronía entre desarrollo político y constitucional y desarrollo de la sociedad. Aparece esta deficiencia en una falta de integración psicológica y ética entre la sociedad y el poder. El individuo sentía el peso del Estado, su coacción al no integrarse en él a través de una verdadera moral cívica. La moral provino históricamente de lo religioso; el proceso de laicización, siempre deficiente, y el carácter enteco de la sociedad impidieron la formación de verdaderas reglas de conducta, sistema de valoraciones y méritos sobre criterios puramente cívicos. El Estado se sentía en mayor medida como instrumento coactivo debido a la dimensión menguada de la sociedad. Aparece como externo al ciudadano; en él se transmiten todas las frustraciones históricas del español.

Carga histórica

Esta carga histórica opera en todos los momentos en que el entusiasmo político de una ocasión constituyente cede el paso al desarrollo normal de la vida pública. Este hiatus entre Estado y sociedad otorga a la vida pública un tono azaroso. Por su parte, el desarrollo deficiente de la sociedad explica la dimensión limitada de las autorregulaciones de cuerpos, clases y sectores sociales. Los apologistas actuales de la sociedad civil parecen desconocer dos cosas: la definición precisa de la función del Estado, creación del pacto social y su legitimación y mínimo prestigio; que una sociedad viva segrega sus propios mecanismos y órganos de autorregulación. Entre nosotros, las éticas sociales están poco o nada desarrolladas. La disminución del control del Estado sobre un campo exige, salvo que se establezca la situación de todos contra todos, su asunción por la sociedad.

Sobre este supuesto se ha, no obstante, llevado a cabo toda la labor del horizonte constitucional. No solamente se han planteado y desarrollado los órganos previstos en el texto, sino que se han concretado lo que Carl Schmidt denomina cláusulas dilatorias de compromiso, que prolongan en lo concreto el alcance político del programa constitucional. Sólo quedan hoy por desarrollar la regulación de la cláusula de conciencia y el ejercicio del secreto profesional en relación con la libertad de expresión, la ley de limitación del uso de la informática, la ley de huelga, la del jurado y el Consejo Económico y Social. ¿No existen, pues, aspectos que impongan una reforma? Por el contrario, la cultura política sobre la que vivimos se está manifestando como notoriamente insuficiente

ex ministro de Asuntos Exteriores, es miembro del Comité Federal del PSOE.

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